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viernes, 13 de enero de 2017

El Estado como botín de guerra

La vieja política se caracteriza por una actitud que permite a los políticos y gobernantes entender el Estado y la búsqueda del poder, como si se tratara de despojos que los soldados tomaban del enemigo vencido. El paradigma se resume en cuatro criterios:


•             Tomarse el poder a como dé lugar;
•             Quedarse en el poder el máximo tiempo posible, haciendo lo que haya que hacer;
•             Repartirse los beneficios del poder entre los suyos, premiando a los más leales y castigando a los opositores;
•             Hacer todo lo que sea necesario por aplastar al adversario, de modo que no le importune en su ejercicio del poder.
Es un juego de doble vuelta que se alimenta del espíritu adversarial de la política, la egolatría de los gobernantes y la estupidez de los ciudadanos, algunos electores y el resto de apáticos que se hacen los de la vista gorda frente a lo que sucede y lo único que atinan a hacer es quejarse como plañideras.
El espíritu adversarial determina que el ganador se queda con todo y como sabe que el opositor le va a estar cotidianamente criticando y señalando los errores o fracasos, se desvive por todos los medios por acallarlo e incluso aplastarlo. Por su parte, los perdedores, como saben de antemano las conductas que el ganador va a realizar, hacen todo lo que esté en sus manos para evitar que el ganador se fortalezca y produzca resultados.
Es la lógica perversa de un espíritu de competencia y confrontación, pues la lógica de la guerra, que por su naturaleza genera ganadores y perdedores, premia al ganador con el botín y castiga al perdedor con la ignominia y hasta con la muerte.
Además, todo el paradigma viene de un falseamiento del origen de la política, entendida como una forma de extensión de la guerra. “El mundo ha sido siempre un lugar peligroso y la democracia es un intento de disminuir hasta límites aceptables y hacer menos dramático el cambio de poder: no otra cosa” (Rodríguez Adrados 2011).
La popular expresión de Clausewitz en el sentido que “La guerra es una mera continuación de la política por otros medios” es adoptada sin reserva por los políticos en sentido inverso, como que la política es una continuidad de la guerra por otros medios, de hecho, sirve para justificarse y entender como se dice en el lenguaje popular que en la guerra y en el amor, todo vale.
De hecho, sostiene “El primer acto de discernimiento, el mayor y el más decisivo que llevan a cabo un estadista y un jefe militar, es el de establecer correctamente la clase de guerra en la que están empeñados” (Clausewitz 1999).
"El propósito político es el objetivo, mientras que la guerra constituye el medio". Clausewitz.

Por ello, todo lo relacionado con la estrategia y el mercadeo en los procesos electorales se alimenta de los modelos e incluso de los términos de la guerra, “el propósito político es el objetivo, mientras que la guerra constituye el medio” (Clausewitz 1999). Así pues, los procesos electorales como medios políticos para obtener el poder, quedarse en él, repartírselo y aplastar al adversario, se sustentan en el precepto de la guerra, sobre la que Clausewitz prescribe: “La guerra constituye, por tanto, un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad”.
Es entonces el paradigma central, el modelo en el que se sustenta, podríamos decir, es el poder por el poder, no el acceso al poder para el servicio público, lo que se extrapola a los partidos, los cuales se definen a partir de una razón de ser esencial: ganar las elecciones y punto, excepcionalmente, servir a la sociedad.
Pues bien, esto de alguna manera ha funcionado a través de la historia. Todo ese armazón de la vieja política que ha operado desde siglos atrás, hoy con los cambios del mundo, ponen en evidencia su fracaso. Algunos de los factores que explican su descrédito, inoperancia e inutilidad: el mundo urbano y global, la crisis del Estado Nación, las dificultades de la Democracia representativa, el móvil de la guerra y el fracaso de la economía.
El mundo cambió. El mundo de hoy es urbano, informado, interconectado, globalizado. Los problemas de la sociedad son humanos o causados por los seres humanos (ONU).
Desde 2004 más del 50% de la población del mundo vive en grandes centros urbanos. Mientras en Colombia en 1970, el 69% de la población era rural, hoy más del 75% vive en centros urbanos. La población latinoamericana ha pasado de 167 millones en 1950 (41,4% urbana) a 596,6 millones en 2011 (79,1% urbana) y en 2050 será de 751 millones (86,6% urbana), según informa la ONU, indicando que el proceso de urbanización es de expansión irreversible. Según el Sistema de las Naciones Unidas, Latinoamérica es la región de mayor proporción de población urbana (cerca del 85%) de todas las regiones en desarrollo, y la segunda más urbanizada del mundo (Infobae 2013).
Los políticos siguen haciendo los mismos viejos discursos, con las mismas herramientas y los mismos modelos diseñados para sociedades rurales y semiurbanas. Todavía creen que el poder se conquista y que la razón de ser de las campañas, los partidos y la política es tomarse el poder, quedarse en él y liquidar al adversario, como venimos insistiendo y que denominamos el paradigma de la búsqueda del poder del Estado como un botín de guerra.
En el mundo de hoy se percibe el poder como algo que se recibe de manera transitoria. La alternancia es una regla central de la democracia. No es tomarse el poder para repartirlo a sus amigos, seguidores, parientes y patrocinadores.
Los líderes del siglo XXI deben aprender que son prescindibles, que si ellos no están, el mundo sigue y avanza. El líder de hoy debe ser un líder de líderes.
La personalización de la política y la utilización de la popularidad para reformar constituciones ad hoc con el propósito de eternizarse en el poder son rezagos de un viejo pensamiento autocrático, populista y despótico que solo utiliza las elecciones para acceder al poder, pero una vez al frente del gobierno, manipulan todas las reglas y normas para liquidar las libertades, controlar y centralizar ese poder.
El ejercicio de la vieja política está soportado en dos columnas, hoy en crisis, que no responden a los problemas del mundo de hoy: El Estado Nación y la Democracia Representativa.

El ejercicio de la vieja política está soportado en dos columnas, hoy en crisis, que no responden a los problemas del mundo de hoy: El Estado Nación y la Democracia Representativa.

El Estado Nación se ha hecho demasiado grande, costoso e incompetente para resolver lo local, y totalmente inexperto y sin herramientas para resolver los desafíos de lo global, no es capaz de gestionar los problemas del mundo de hoy.
La democracia representativa ya no satisface las necesidades de la gente. La gente ya no espera ni confía en la supuesta sabiduría y conocimiento de los líderes políticos, hoy tiene acceso a información y quiere intervenir y participar en las decisiones sobre lo público, lo político, lo que es de todos, lo que nos afecta e interesa a todos. Los políticos no conciben otra manera de hacer la política que recibir la representación y actuar sin rendir cuentas.
De otro lado, dos motores históricos de la vieja política han sido la guerra y la economía. En tiempos modernos el concepto de seguridad se sigue ejerciendo para privilegiar el paradigma amigo/enemigo que se resume en la expresión “el que no está conmigo, está contra mí” que según el apóstol Mateo expresó Jesús (Mateo 12:30). Argumento que ha servido para acuñar otras expresiones, como aquella que el amigo de mi enemigo es mi enemigo, mientras que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Esta perspectiva se refuerza en el convencimiento de que en la política todo vale, pues, al fin y al cabo, se le reconoce como una actividad sucia.
Ante la falta de enemigos externos, los enemigos se vuelven los propios nacionales que están en desacuerdo con la acción del gobierno. Se abusa del poder y las fuerzas policiales, militares y de justicia que se usan para someter a los ciudadanos, cuando no es que se recurre al chantaje fiscal. Se ampara en el viejo y gastado precepto de la titularidad y monopolio de la fuerza, para sostener regímenes y gobernantes corruptos, repartirse el presupuesto y privilegiar a los amigos.
Se pregona la “soberanía” económica en un mundo en que las herramientas de control de las naciones no brindan la capacidad de resolver los problemas del crimen, los tráficos, las transacciones, las migraciones, es decir los problemas transnacionales y globales.
Se sigue creyendo que hacer política y gobernar en lo local se reduce a tapar huecos, pavimentar caminos, levantar una que otra escuela y llevar algo de progreso. El mundo urbano exige mucho más, la construcción de espacios de convivencia, tolerancia, colaboración. La vieja política basada en la exclusión y la imposición de unos pocos sobre el resto fracasa estruendosamente. La razón de ser de una nueva política es la convivencia, el encuentro, la inclusión, la transparencia.
El hastío de los ciudadanos frente al manejo del Estado como un botín de guerra está llegando a niveles insospechados. Los movimientos del Norte de África en la Primavera Árabe; los Indignados de España y Estados Unidos; la elección de Obama, un senador afrodescendiente casi desconocido que derrota la maquinaria partidista elegido en una campaña movida con base en las nuevas tecnologías; el uso que se dio en España hace ya más de un decenio a los mensajes de texto, luego del 11M de 2004, con el slogan “no nos representan” y los levantamientos de los jóvenes franceses hace un poco más de tres años, son muestras de insatisfacción general frente a la vieja política cerrada, secuestrada por políticos profesionales que no les responden a los ciudadanos. Ni que decir de las recientes protestas de jóvenes en Hong Kong pidiendo democracia.
Hoy, lo que se imponen son formas de democracia directa, de participación, de intervención. Quien estudie y entienda estos cambios podrá ejercer liderazgo en estos nuevos tiempos.
Réquiem por la vieja política y los dinosaurios.
*Texto del primer capítulo del libro LA FARSA ELECTORAL, del autor


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