Cuando Colón salió de
Palos de Moguer hace 525 años, iba para las Indias, buscando una
ruta más corta. Cuando tocó tierra, en la Isla de Guanahaní, en el
Caribe, por la dirección que había tomado, no sabía para dónde
iba; cuando llegó no sabía dónde estaba; y cuando regresó a
España en 1493, no tenía idea a dónde diablos había estado. De
hecho, a los residentes les llamó indios. Según Humberto
Eco, la llegada de Colón a
América fue una serendipia, fue de chiripazo, como se dice
coloquialmente.
Con esa misma lógica de
Colón pareciera haberse movido Colombia, dando bandazos incluso
desde antes de 1819, cuando se selló la Independencia. Algo que
podríamos llamar “republiquiando”, tratando de hacer una
república a los bandazos. Pues los colombianos no hemos tenido la
fortuna de contar con un liderazgo ni con dirigentes que nos
propongan un desafío colectivo. Ronald Heifetz afirma que en tiempos
de crisis se requieren liderazgos que desafíen sus comunidades a
adaptarse a los cambios.
En 2019 se cumplen 200
años de la Batalla de Boyacá, que según coinciden los
historiadores, selló la independencia de España. Sin embargo, como
afirma Suu Kyi, la valiente luchadora por la libertad en Birmania, el
salir de la dictadura militar a un régimen civil, no garantiza ni la
libertad ni la democracia, así como pasar de la colonia a la
independencia no ha representado para los colombianos la construcción
de una sociedad realmente democrática, a pesar de que desde hace más
de siglo y medio se realizan elecciones periódicas para escoger
gobernantes.
Al revisar la historia
política del país se puede comprobar que el maremágnum actual con
las divisiones entre una paz excluyente, el abuso de poder, la
corrupción, la alta impunidad, la desigualdad y la falta de visión
en la construcción de un modelo de país, es simplemente el reflejo
de 200 años de manejo del poder en beneficio de caudillos militares,
de oligarquías partidarias y últimamente de aventureros, con apenas
algunas excepciones que no alcanzaron a hacer la diferencia.
Ahora, en tiempos de la
transparencia basada en las TICs y las redes sociales, todo aparece
visible como nunca; los ciudadanos comparten sus experiencias
personales sobre las organizaciones, la política y empresas con las
que interactúan, y es cada vez más difícil para las instituciones
controlar lo que se habla sobre ellas, a pesar de las sobrecargas
mediáticas gubernamentales que tratan de construir modelos de
post-verdad al mejor estilo de Gobbels, el ministro de la
propaganda de Hitler.
Desde hace alrededor de
quince años Transparencia Internacional denunció que la gran
corrupción está en las mega-obras y que los dineros se ocultaban en
paraísos fiscales; la gran diferencia ahora es que, en esta cultura
generada por los narcotraficantes del tener, exhibir y ostentar, de
manera abierta cometen las fechorías y muestran sus patrimonios a la
vista de todos. Luego, con la descentralización sin control fiscal
en el país, muchos alcaldes se enriquecieron rápidamente causando
la alarma entre los ciudadanos que veían en sus narices los abusos
de los mandatarios, en algo que he llamado la democratización de
“chanchullo”, pero que por muy grande que sea en los pueblos, no
alcanza a sumar el detrimento y las coimas de los Odebrecht, Reficar
y otros tantos robos ocultos, sin investigación, de los cuales se
han beneficiado gobernantes, políticos y empresarios.
Hoy los dos problemas
principales, estructurales del país, son el régimen político
centralista y presidencialista y, la impunidad. El primero hace, per
se, al presidente la persona más clientelista, corruptora y
corrupta, pues para llegar al poder tiene que valerse de esas
herramientas y luego ejercer como tal. Y la impunidad sirve al
régimen para meter mano en la justicia y aplicar el “mantra” de
los dictadores latinoamericanos de los 60s y 70s “para mis amigos
todo, para mis enemigos la ley”, de lo cual, en el presente
gobierno el pasado fiscal sirvió de fiel operador en forma
descarada. No hay ni ha habido nunca en este país independencia de
poderes, equilibrio de poderes, o lo que llaman los norteamericanos
el “Check and balances”.
Cómo comenzó todo
Puede decirse que la
historia de Colombia posterior a la colonia se resume en siete hitos,
caracterizados por modelos políticos diseñado para los fines de
quien quería o podía alzarse con el gobierno, usar el poder como un
botín de guerra con la consigna de excluir y aplastar a los
adversarios, tal como lo relato en el primer capítulo de mi libro La
Farsa Electoral. Nunca el futuro y la realidad fueron diseñados
en función de una visión, un modelo de país que concitara la
confluencia de voluntades hacia ninguna parte, sino un modelo de
estructura y arquitectura institucional que permitiera mantenerse,
reciclarse y repartirse el poder.
Esta situación la capta
James Robinson, uno de los autores de la obra Por
qué fracasan los países, cuando
critica a los liberales de Rionegro porque más que un acuerdo de
élites para conservar ciertos privilegios, se proponían “un
Estado moderno, con un sistema fiscal, una burocracia y
un aparato judicial que tuvieran el poder de erradicar las causas
sociales del conflicto y además establecer un monopolio de la
violencia en el país”, como
si las normas y las buenas intenciones por sí solas resolvieran los
problemas de una sociedad, como, de hecho, nunca lo hicieron.
Los
próceres neogranadinos se alimentaban de las ideas de la Revolución
nortemericana y de la Revolución francesa, aunque mantuvieron en sus
inicios un afecto especial por la corona y el fuerte sistema
monárquico. De hecho, los federalistas siguieron más a Hamilton,
Madison y George Washington quienes propugnaron por una presidente
unipersonal con amplios poderes para evitar la dispersión y el
bloqueo de la república; y por supuesto, ni se diga de los
centralistas que abrebaban de los europeos Montesquieu y Locke,
venerados como prototipos de la democracia liberal, quienes aspiraban
a conservar la “dignidad de la realeza”. Estas idea caían como
anillo al dedo a quienes se diputaban el control del naciente
gobierno, sistema que hizo carrera y aún sigue funcionando en un
modelo centralista y presidencialista.
Los hitos, como se dijo,
no son de construcción de un sueño de país sino de modelos de
estructura política. Así: 1. La lucha entre centralistas y
federalistas a partir de 1810, llamada la Patria Boba, 2. El sueño
bolivariano, La Gran República de Colombia, 3. El forcejeo
caudillista posterior a la muerte de Bolívar; 4. La Constitución de
Rionegro y el federalismo; 5. La regeneración de Núñez; 6. El
Frente Nacional y, 7. La Constitución del 91.
Son casi todos arreglos
institucionales, salvo la visión de una patria grande americana que
había soñado Bolívar en la Carta de Jamaica, cuando afirmó que
“Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más
grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas, que por
su libertad y gloria”. Que luego precisó el Congreso de
Angostura: “La unión de la Nueva Granada y Venezuela es el objeto
único que me he propuesto desde mis primeras armas… proclamadla a
la faz del mundo y mis servicios quedarán recompensados”. Ya decía
en la Carta de Jamaica que “esta nación se llamaría Colombia,
como un tributo de justicia y gratitud al creador de nuestro
hemisferio”, haciendo referencia a Colón.
Patria Boba (1810-1819)
De las 15 provincias en
que se dividía la Nueva Granada en 1810, solo Riohacha, Panamá y
Veragua no dieron paso alguno en la independencia. En las demás se
constituyeron Juntas de Gobierno. En el acta del 20 de julio se
deposita el gobierno supremo del reino en el cabildo y los vocales
proclamados por el pueblo, “sobre las bases de la libertad,
independencia respectiva de ellas, ligadas únicamente por un sistema
federativo, cuya representación deberá residir en esta capital,
para que vele por la seguridad de la Nueva Granada”.
Se armó la fiesta. De
inmediato surgieron aspiraciones de varias poblaciones que querían
volverse provincias, la inconformidad de algunas que se querían
anexar a otras, el expansionismo de Cundinamarca, la rivalidad de
Cartagena con Santa Fe, y la divergencia de ideas sobre cómo
gobernar, pues unas querían absoluta autonomía, otras un sistema
federal y, por un régimen central o unitario.
Algunos como Camilo
Torres y Miguel de Pombo, quien tradujo el Acta de Independencia y la
Constitución norteamericana, atribuían la prosperidad de esa nación
a su sistema de gobierno e impulsaban su modelo. Por su parte,
Nariño, Frutos Joaquín Gutiérrez e Ignacio Herrera, fueron
adalides del centralismo. La lucha entre Cundinamarca y las
provincias generó una guerra civil. Nariño se oponía al
federalismo, entre otras porque esperaba anexiones de otros
territorios a Cundinamarca y, no quería perder el control de la Casa
de Moneda, ni las rentas de correos, tabaco y otros.
Luego de intensas
batallas entre los bandos, el 9 de enero de 1813, Nariño se alzó
con el triunfo e impuso el modelo centralista desde Cundinamarca.
Esta época, entre 1810 y 1815, ha sido llamada la Patria Boba, pues
no permitió la unidad, dando pie a la reconquista de española en
cabeza de Pablo Morillo, muchos de los dirigentes fueron llevados al cadalzo y se dio al traste con lo que se había
conseguido por los levantamientos hasta entonces.
El sueño bolivariano (1819-1830)
En el Congreso de
Angostura, -hoy Ciudad Bolívar-, Venezuela, a orillas del río
Orinoco, en diciembre de 1819, cuatro meses después de la Batalla de
Boyacá, el entonces vicepresidente Francisco Antonio Zea, luego de
leída y aprobada la Ley Fundamental de la República de Colombia,
exclamó emocionado y respaldado por los diputados y las barras:
“La República de Colombia está constituida. ¡Viva la República
de Colombia!”. Fueron elegidos Bolívar Presidente, Zea presidente
del Congreso y Vicepresidente encargado, por el Virreinato de la
Nueva Granada, Santander Vicepresidente, y por la Capitanía General
de Venezuela, Juan Germán Roscio. Además, se dispuso que Bolívar
llevara el título de “Libertador de Colombia”.
Entre las acciones para
la recuperación por parte de los patriotas de Santa Marta y
Cartagena y del sur, hasta Pasto, se realiza en Cúcuta el Congreso
para ratificar la Ley Fundamental de Angostura y la expedición de la
Constitución de la República. Se aprobó una constitución
centralista que estableció el sistema unitario “como único capaz
de salvar la nación de la anarquía, rodeándola de la fuerza y el
prestigio que le faltaron en los comienzos de su vida política”, a
pesar incluso de una propuesta de Nariño, viejo centralista, que
creía en la oportunidad de crear un modelo federativo. Luego viene
la campaña libertadora a Venezuela que se sella con la victoria de
Carabobo en junio de 1821. Sigue la toma de Cartagena, la
independencia de Panamá y la Campaña del Sur, hasta la batalla de
Bomboná en 1822.
Los patriotas comandados
por Sucre, en Pichincha, liberan a Guayaquil, lo que genera que las
provincias de Quito, Cuenca y Loja se unan a Colombia, como
departamento de Ecuador. Más adelante, Sucre gana la Batalla de
Ayacucho liberando al Perú (1824), se crea Bolivia, como República
de Bolívar (1825), en homenaje al Libertador.
Mientras, Santander
gobernaba desde Santa Fe, como vicepresidente, entre 1819 y 1826. La
misión encargada por Bolívar era fundamentalmente de carácter
militar, pues debía proveer al ejército libertador de hombres,
bienes y pertrechos para la campaña, junto con acciones que debía
realizar de organización del gobierno civil, la hacienda y las
relaciones internacionales. Poco a poco iba creciendo un antagonismo
de Santander con Bolívar, que a la postre generaría severas
consecuencias. En 1826, José Antonio Páez, desde Venezuela, se
declara en franca rebeldía y le propone a Bolívar que se constituya
en monarca de la Gran Colombia.
En el curso de quince
años de la guerra emancipadora, se generaron una serie de jefes y
caudillos que luego seguirían gravitando en la vida nacional por
mucho tiempo y provocarían inmensos males durante el siglo
diecinueve. Bolívar lo describe de manera clara, en sus memorias a
Perú de la Croix: “En los primeros años de la independencia se
buscaban hombres, y el primer mérito era ser valiente; de todas las
clases eran buenos con tal que peleasen con brío. A nadie se podía
recompensar con dinero, porque no había; sólo se podían dar grados
militares para estimular el entusiasmo y premiar la hazaña. Así es
que hombres de todas las castas se hallan hoy entre nuestros
generales, jefes y oficiales, y la mayor parte de ellos no tiene otro
mérito sino el valor brutal, que ha sido tan útil a la república,
haber matado muchos españoles y haberse hecho temibles. Negros,
mulatos, blancos, hombres de todas las clases que, en el día, en
medio de la paz, son un obstáculo para el orden y la tranquilidad;
pero fue un mal necesario”, reconoce Bolívar y, de hecho, fueron
un obstáculo para el orden y la tranquilidad todo el resto de ese
siglo.
En la fallida Convención
de Ocaña, que se convocó para el 2 de marzo de 1828 y que solamente
se instaló un mes largo después, afloraron las rencillas, los odios
personales y las posturas irreconciliables. De un lado, el proyecto
santanderista antibolivariano, era de tendencia federal y orientado
al debilitamiento del gobierno. El otro, era centralista y abogaba
por el robustecimiento del ejecutivo, que además actuaría como
colegislador. Después de dos meses de debates, los partidarios de
Bolívar abandonaron la Convención, desintegrando el quorum.
Se cumplió la previsión del Libertador de casi un año antes,
cuando afirmó que “La Gran Convención de Colombia será un
certamen, o para hablar más claro, una arena de atletas: las
pasiones serán las guías, y los males de Colombia el resultado”.
Bolívar, entonces debió
asumir el gobierno supremo y en junio expidió el Decreto orgánico
de la Dictadura en septiembre de 1828. Un mes más tarde se
produciría el intento de asesinato al Libertador, en la llamada
nefanda Noche Septembrina. Vinieron las retaliaciones, penas de
muerte, cadenas perpetuas y destierro a los conspiradores, incluido
Santander, quien había sido perseguido por la conspiración contra
Bolívar.
Luego, guerra con el
Perú, que no estaba contento con la anexión que se había hecho de
Guayaquil en el año 22. José María Obando y José Hilario López
promovían la rebeldía y en octubre del 28 se adueñaron de Popayán.
Por su parte, José María Córdoba se rebela contra el gobierno y,
en septiembre del 29 se adueña de Medellín, lo que al final le
costaría la vida en la refriega de El Santuario.
Bolívar regresa del Sur
donde había firmado, en Quito, un tratado definitivo de paz. Instala
el Congreso Admirable que expidió la Constitución de 1830, y que
pretendía ser un acuerdo entre bolivarianos anti-bolivarianos,
federalistas, centralistas, autoritarios y liberales, pero que no
logró amalgamar los tres Estados de la gran República (Nueva
Granada, Venezuela y Quito), y ni si quera sirvió de brújula para
la Nueva Granada. Entonces, Bolívar anunció su retiro definitivo
del mando e incluso del territorio neogranadino.
Vinieron nuevamente la
anarquía y el caos. Joaquín Mosquera fue elegido presidente,
gracias a la violenta presión de las barras, en vez del amigo de
Bolívar Eusebio María Canabal. Cuatro meses después, Mosquera
cedió el cargo al general Caicedo. La rebelión de Venezuela seguía
en pie; de nuevo Ecuador y Pasto y, varias provincias se niegan a
firmar la constitución y, menos, acatarla. Es asesinado Sucre;
Bolívar abandona la capital rumbo a Santa Marta, donde siete meses
después habría de fallecer. Al salir, vestido de civil, con
sombrero de jipa y envuelto en una manta, en las calles aparecen
graffitis en su contra y algunos le gritan ¡Longaniza!, el
apodo que le tenían.
Forcejeos caudillistas (1830-1863)
En este período se dan
constituciones que, a pesar de ser en esencia centralistas, en medio
de refriegas y batallas, hacen algunas concesiones a las provincias,
aunque cada uno que se apoderaba del gobierno intentó, por lo
regular, excluir y extirpar al otro bando. Poco a poco, los del bando
federal fueron ganando terreno hasta consolidarlo definitivamente. Se
cumplió el anuncio de Bolívar de los males a la República
generados por caudillos militares de toda suerte, que duraron hasta
comienzos del siglo veinte y que, de alguna, manera imprimieron un
estilo de gobernar autocrático y excluyente todavía en boga.
Después de la disolución
de la Gran Colombia, la Nueva Granada debía intentar restablecer la
legalidad, expedir una nueva Constitución y definir sus límites
territoriales. En la Convención de 1831, luego de las disputas entre
liberales moderados y liberales exaltados o draconianos, pasadas 17
votaciones, fue elegido vicepresidente provisional José María
Obando, y fueron destituidos muchos servidores públicos que habían
trabajado con Bolívar y Urdaneta. Se decretó la rehabilitación de
Santander en sus grados y honores. La Constitución del 32 constituyó
el Estado de la Nueva Granada, en un régimen que podría llamarse
mixto, en la medida que siendo centralista le da algún poder a las
provincias y los municipios en detrimento del ejecutivo nacional.
Santander regresó,
asumió la presidencia (1833-37) y debió enfrentar varios intentos
de derrocarlo, reprimiendo con mano fuerte a sus adversarios. En 1835
consigue el reconocimiento del Papa la independencia de la Nueva
Granada, a cambio de la provisión de sillas episcopales de
candidatos presentados por el gobierno, sellando la unión con la
Santa Sede.
Desde ese momento se
estableció una alianza entre el poder civil y el eclesiástico, que
luego en el período federal generará tremendos líos por la
expulsión de los jesuitas y, con la Regeneración de Núñez, vía
Concordato, convierte la religión católica en la oficial del país
y prácticamente le entrega el control total de la educación. Rojas
Garrido que afirma “el pueblo no lee, pero sí oye sermones” y
fueron las homilías las que moldearon desde entonces las
instituciones económicas y políticas del siglo XX, con un modelo
jerárquico, verticalista y que promovió un espíritu de sumisión
al poder político y religioso.
Colombia, a diferencia
del resto de países latinoamericanos a fines del siglo XIX, no sigue
la misma tendencia de construcción estatal y nacional liberal con la
formación de sociedades laicas, sino en el desarrollo de una
sociedad conservadora, prehispánica y católica. Los opositores
liberales fueron excluidos del poder político, la Iglesia fue
definida como elemento central del orden social, se le entregó el
control de la educación y grandes territorios para ‘evangelizar
salvajes’ donde ejerció el papel de Estado, agrega el historiador
Rojas Garrido.
Quizás ello explique las conclusiones del antropólogo e
investigador holandés Geert Hofstedei,
quien, en un estudio de más de 70 países del mundo sobre seis
dimensiones de la cultura, ha encontrado para Colombia, entre otros,
los siguientes rasgos: Distancia al poder, aceptación del mando, 67
puntos de cien; Evasión de la incertidumbre, 80; orientación al
largo plazo, 13%. Individualismo 13; Masculinidad 64; Indulgencia 83.
Ese estudio se podría retratar en el texto del Nobel García Márques
en la Proclama del “Documento de los Sabios”, cuando afirma: “En
cada uno de nosotros cohabitan de la manera más arbitraria, la
justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero
llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para
burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Amamos
a los perros, tapizamos de rosas el mundo, morimos de amor por la
patria, pero ignoramos la desaparición de seis especies animales
cada hora del día y de la noche por la devastación criminal de los
bosques tropicales, y nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno
de los grandes ríos del planeta. Nos indigna la mala imagen del
país, pero no nos atrevemos a admitir que la realidad es peor. Somos
capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas
sublimes y de asesinatos dementes, de funerales jubilosos y de
parrandas mortales. No porque seamos buenos y otros malos, sino
porque participamos de ambos extremos. Llegado el caso -y Dios nos
libre- todos somos capaces de todo”ii
En 1839 Obando lideró
una revuelta desde Pasto que se extendió por todo el país, y que
duró hasta 1842. El gobernador del Socorro proclamó la soberanía
de la provincia; el jefe militar de Cartagena adhirió al movimiento,
al igual que el gobernador de Mariquita; un general Carmona,
venezolano, se apoderó de Santa Marta; el coronel Reyes, ocupó
Tunja, y otro más se apoderó de Medellín. En el entretanto,
Santander falleció en mayo de 1840.
Bajo el gobierno de
Herrán, luego de superadas las revueltas, se expide en 1843 una
nueva constitución, que refuerza el poder del ejecutivo y elimina
las facultades que habían conquistado las provincias, siendo
calificada de monárquica por los partidarios de la Constitución del
32. Para suceder a Herrán, (1845-49) se escogió a Tomás Cipriano
de Mosquera, como un militar que fuera capaz de imponer el orden,
quien ejerció la presidencia por tres períodos diferentes. Ante la
posterior impopularidad de Mosquera por su espíritu autocrático, se
crea la Sociedad democrática de artesanos, que terminó convertida
en batallón.
En ese contexto aparecen
los partidos liberal y conservador, que recogen los distintos bandos.
De un lado los liberales que se declaran santanderistas y los otros,
bolivarianos. Además de las disputas federalistas y centralistas,
con los partidos se matriculan las diferencias religiosas,
especialmente en relación con la presencia de los jesuitas. El
partido liberal se tornó anticlerical y, el conservador defensor de
la fe católica, en dos posturas irreconciliables que permearon el
desarrollo político, social y cultural del país.
El partido conservador,
accede al gobierno, integrado por antiguos bolivaristas, liberales
moderados y algunos exfuncionarios del gobierno de Márquez. El
partido liberal, por su parte, agrupó los revolucionarios del año
39 y los radicales o exaltados.
Para la sucesión
presidencial del 49, los conservadores tuvieron una profunda división
entre sus dos candidatos y, los liberales ganaron con el general José
Hilario López. Aunque en primera instancia no alcanzaron a obtener
la mayoría absoluta de los 1.702 votos de las asambleas electorales,
por lo que debieron ir a votación en el congreso la que se
desarrolló bajo presión violenta de las barras compuestas de
artesanos y estudiantes, que invadieron el recinto entre los cuáles
había agitadores puñal en mano. Mariano Ospina, vicepresidente del
congreso afirmó: “Voto por el general José Hilario López para
que los diputados no sean asesinados”.
En el gobierno de López
se abolió la esclavitud, se declaró absoluta libertad de prensa y
se expulsó a los jesuitas del país. Se inició el bandolerismo, con
las sociedades democráticas de origen liberal en las
provincias, frente a la sociedad popular, de los
conservadores, en la capital, que significaron el triunfo del
tumulto. Series de pandillas impusieron el terror en los campos,
atentados contra la propiedad, y toda suerte de crímenes que algunos
calificaban de “retozos democráticos”. Como reacción, se
produjo la revolución conservadora de 1851.
Todo concluyó en una
nueva reforma constitucional que incluyó la separación de la
Iglesia y el Estado. Ahí, de nuevo, fueron los liberales los que se
dividieron profundamente entre los Gólgotas
-después llamados Radicales, reformistas, enemigos de la
violencia y amigos de la reconciliación con los vencidos. De otro
lado, estaban los Draconianos,
liderados por el general Obando.
El General Obando, de
guerrillero promotor de la causa realista, se pasó al bando de
Bolívar, después resultó aliado de los peruanos. Disuelta la Gran
Colombia, aparece como Secretario de Guerra, vicepresidente en
ejercicio, se dice de él que: no eran notables sus talentos y
carecía de ilustración, pero que tenía aires de persona
distinguida con una conversación alegre y discreta.
A Obando quien sólo dura
un año como presidente, le corresponde firmar la Constitución de
1853 -herencia del gobierno López-, que revisa las posturas de dos
anteriores constituciones promovidas por liberales, las del 32 y del
43, y se decide por un diseño más federal. Se introduce el
debilitamiento del ejecutivo nacional, cada provincia se puede dar su
propia constitución, se declara oficialmente la separación entre la
Iglesia y el Estado, se establece el sufragio universal, se suprimen
los requisitos para ocupar cargos públicos y se establece la
libertad de prensa ilimitada. Se mantuvo sin control el desorden y
los ataques de las sociedades democráticas, así como las agresiones
a miembros del congreso.
En 1954, el general José
María Melo, produjo una sublevación y asumió el poder dictatorial,
que duró siete meses, disolviendo el congreso. Entonces se unieron
los jefes de todos los partidos para restablecer la legalidad, en
torno de la Unión por la Legitimidad y depusieron a Obando, se
juntaron los dirigentes políticos como lo harían un siglo después
para deponer a Rojas Pinilla. Por fin las aguas parecían empezar a
calmarse y afloraba algún atisbo de racionalidad política. Ahí
estuvieron Herrán, López, Mosquera, Mariano y Pastor Ospina,
Braulio Henao, Joaquín parís, Julio Arboleda, Francisco de Paula
Vélez, entre otros.
En 1855 se elige
presidente al abogado conservador Manuel María Mallarino, primer
presidente que no tenía origen militar, quien declaró gobernar sin
privilegiar los intereses de ningún partido y nombró un gabinete
paritario, mitad liberal, la otra mitad conservador. Se crearon los
estados de Panamá y Antioquia y se abrió camino a la creación de
Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Bolívar y Santander.
Mariano Ospina Rodríguez,
asume en 1857 y nombra un gabinete homogéneo conservador, autoriza
el regreso de los jesuitas y afronta una serie de guerras civiles en
los estados. El régimen era centralista, pero se habían constituido
ya una serie de estados federados y se exigía una nueva reforma. Los
conservadores en el poder con mayoría en las cámaras, para mantener
la paz y unidad nacional, optaron por apoyar la opción contraria a
su doctrina, y Ospina sancionó en mayo de 1858 la nueva Carta de la
Confederación Granadina. A pesar de ello, Mosquera que lidera el
Cauca, rompe relaciones con el gobierno central y le siguen Bolívar,
Magdalena y Santander.
Mosquera asume un
gobierno provisional y dictatorial, haciendo fusilar a algunos de los
dirigentes del gobierno y otros son enviados a las cárceles de
Bocachica. Nuevamente expulsa a los jesuitas, confirma la creación
del estado del Tolima, crea el Distrito federal de Bogotá. Enfrenta
a los legitimistas y ocupa el estado de Antioquia, último baluarte
de la Confederación Granadina.
El federalismo (1863-1886)
El general Mosquea, al
eliminar toda resistencia, queda dueño del gobierno y con él del
partido liberal, a pesar de sus divisiones internas. Mosquera ejercía
como presidente de la República, presidente de Antioquia y Tolima,
supremo director de guerra y convencionista. Se convocó la
Convención de Rionegro, obra de un solo partido, para redactar una
nueva constitución, en la que se promovió la bandera de la
soberanía de los estados; se eliminó el nombre de Dios, y se
estableció la inspección de cultos al poder secular, el ejecutivo
nacional se elegiría a partir de la votación de los estados.
Las luchas se trasladaron
a las regiones de modo que, durante los 23 años de vigencia, hubo
dos revoluciones generales y más de 40 en los Estados. Panamá,
Cundinamarca y Antioquia tuvieron tantas constituciones como
gobiernos, 7, 6 y 12, respectivamente.
Luego de Mosquera,
ejerció la presidencia el abogado Manuel Murillo Toro, quien ofreció
a Costa Rica grandes extensiones limítrofes, con el argumento de que
“El gobierno colombiano da menor importancia a la posesión de
algunas leguas de terreno, que a la sanción de principios que,
asimilando los dos países en su manera de ser, estrechen las
relaciones y contribuyan a formar esa alianza, que tanto deseamos”,
según nota enviada al gobierno Tico.
Volvió Mosquera, en
1866, llevó la guerra a Panamá y disolvió el congreso, siendo
luego apresado y destituido.
Ya sobre 1872 se hablaba
del Sapismo, un grupo liberal que ganaba elecciones en Cundinamarca,
e influía hasta en las decisiones judiciales. Con Murillo Toro se
apoderó del gobierno el Olimpo Radical, en contra de los
independientes. En 1876 fue elegido el militar y comerciante Aquileo
Parra, quien debió afrontar una de las más sangrientas
revoluciones, que duró once meses y se había regado por casi todo
el territorio, Cauca, Antioquia, Tolima, Cundinamarca, Boyacá y
Santander.
En 1878 asume Julián
Trujillo. Rafael Núñez como presidente del congreso, pidió una
política diferente: regeneración administrativa fundamental, o
catástrofe. Se profundizó la división entre independientes y
radicales, y en 1880 asume Núñez la presidencia, restableciendo las
relaciones con España en 1881, país que reconoció entonces la
independencia de Colombia.
Núñez regresa en 1884
luego de gran agitación política, gracias a una alianza entre los
conservadores y los independientes. A lo que siguió una revolución
promovida por los radicales. El Olimpo Radical optó por la guerra,
mientras que los conservadores e independientes apoyaron al gobierno.
La revolución fue mayor en Antioquia, Boyacá, Tolima, Cauca y
Santander. Luego de varias batallas, las tropas del gobierno ganan en
el combate naval de La Humareda, a partir de lo cual recuperan el
control de la navegación por el río Magdalena, hasta la
Capitulación de Los Guamos.
Derrotados los
revolucionarios, cayó el sistema federal dando paso a la
Regeneración, y la declaración del presidente “Señores, la
Constitución de 1863 ha dejado de existir”. No sólo desapareció
la constitución del 63, sino que quedó desterrada cualquier opción
federal, dando paso a un régimen centralista y presidencialista que
aún sigue rigiendo luego de más de 130 años.
La Regeneración de Núñez
Establecida la
constitución del 86, caído el radicalismo, se constituye el partido
Nacional, integrado por liberales independientes y conservadores.
Siguieron algunos gobiernos, que se alternaron para mantener la paz,
hasta que en 1891 afloraron divisiones en los partidos, que
enrarecieron el clima político de nuevo. Algunos independientes
volvieron al partido liberal y otros se quedaron definitivamente en
el conservador, partido que se dividió a su vez entre Históricos y
Nacionalistas. Estos últimos aceptaban hacer concesiones al
liberalismo, en tanto que los llamados históricos afirmaban
conservar los principios más puros del conservatismo.
En medio de la alta
agitación política, el vicepresidente Miguel Antonio Caro asumió
el control del gobierno, hizo uso de facultades extraordinarias,
reprimió fuertemente la prensa, y luego de descubrir una
conspiración, produjo confinamientos y destierros. La situación se
tornó insostenible hasta que estalló la revolución de 1895, a
causa del descontento liberal por la hegemonía del gobierno. En
enero fracasó una nueva conspiración y una revuelta que duró dos
meses, cuando fue nombrado Rafael Reyes como jefe del ejército.
Marroquín asume el
gobierno en 1898 para remplazar a Sanclemente, quien por su avanzada
edad no podía gobernar. Marroquín se propuso hacer un gobierno
ampliamente conciliador, lo que desató la reacción de los
nacionalistas y provocó una profunda división entre los
conservadores. Los liberales liderados por Uribe Uribe promovieron
una nueva revolución que inició en Santander y la Costa y que duró
tres años, hasta 1902, la llamada Guerra de los mil días, que
terminó con los tratados de Nederlandia, Winsconsin, y Chinácota.
Se estima que hubo más de 200 combates y murieron cerca de 100 mil
hombres.
En esas circunstancias,
se produjo la separación de Panamá, estimulada por los
secesionistas y apoyada por los norteamericanos, por la cual el
gobierno de Colombia recibió 25 millones dólares, a modo de
compensación por parte de los norteamericanos.
En 1904 asume el general
Rafael Reyes, quien en 1908 modificó la división territorial
creando 38 departamentos, promovió la ley de las minorías que les
dio representación en los cuerpos colegiados del país. En 1905
había prescindido del congreso, sustituyéndolo por una Asamblea
Nacional. Entre 1909 y 1910, asume Ramón González Valencia y en su
gobierno desaparecen los departamentos de Caldas, Huila, Nariño y
Valle del Cauca; se restableció Atlántico y se creó Norte de
Santander.
Carlos E. Restrepo como
presidente, entre 1910 y 1914, realiza un gobierno mixto, reuniendo
miembros de los partidos tradicionales en uno nuevo llamado partido
Republicano, que rápidamente desapareció. En esa misma política de
conciliación le siguieron José Vicente Concha, Marco Fidel Suárez,
Jorge Holguín, Pedro Nel Ospina y Miguel Abadía Méndez, hasta
1930, cuando se termina lo que se ha denominado la hegemonía
conservadora, quienes entregan en forma pacífica el mando al liberal
Enrique Olaya herrera.
En 1923 Pedro Nel Ospina
había contratado la Misión Kemmerer, que llegó con ideas fijas
basadas en las recientemente adoptadas en Estados Unidos y Europa, de
la cual surgió el Banco de la República, como banco central y el
establecimiento del patrón oro, con lo cual el país se insertaba en
la tendencia moderna del manejo de las finanzas, al influjo
nortemericano.
Ya con la doctrina Monroe
de 1823, se había inaugurado un tipo de relación entre Estados
Unidos y los países latinoamericas. Con la expesión “América
para los americanos” y la notificación a Europa de que ningun país
de continente americano podría ser convertido en colonia, los
nortemericanos convertirían la región en lo que se ha denominado
como una especie de patio trasero.
Las diez variantes de la
Doctrina de Seguridad Nacional de los Estados Unidosiii,
de hecho, han afectado a Colombia y el resto de Latinoemérica. Así,
la doctrina de 1898, de Puertas abiertas, permitió que Estados
Unidos interviniera en la indepedencia de Panamá, y desde ahí
matuvieram una influencia permanente en la politica colombiana, que
algunos han entendido oscilante entre la subordinación y el
pragmatismo.
Olaya a partir de 1930,
hizo un gobierno mixto y algunas reformas para afrontar la crisis
generalizada por la depresión del 29, pero mantuvo intacta la
constitución del 86 y se abstuvo de tocar el tema religioso. Vino
entonces Alfonso López promoviendo la recuperación del ideario
liberal, con un gabinete homogéneo de su partido, ante el retiro
conservador. Impulsó la reforma constitucional del 36, que derogó
el reconocimiento de la religión católica como la de la nación,
estableció el sufragio universal, otorgó a la mujer la capacidad de
ejercer cargos públicos, estableció el derecho de huelga,
fortaleció el ejecutivo delegando algunas funciones a los
gobernadores y estableció el intervencionismo de Estado en la
economía.
En su segundo período,
López Pumarejo no pudo mantener el apoyo de su partido. En julio de
1944 se produjo un golpe de estado, asumiendo el poder Darío
Echandía, y se realiza una nueva reforma constitucional en 1945, que
reforzó el poder ejecutivo. Asumió entonces la presidencia Alberto
Lleras Camargo, quien se declara presidente de todos los colombianos
y no como hombre de partido.
El liberalismo estaba
profundamente dividido entre las candidaturas de Gabriel Turbay y
Jorge Eliecer Gaitán. Entonces los conservadores bajo una plataforma
de Unión Nacional postulan a Mariano Ospina Pérez, quien terminó
ganando las elecciones. Se inició el llamado bandolerismo, a partir
del 9 de abril de 1948, cuando fue asesinado en Bogotá el caudillo
liberal Jorge Eliécer Gaitán, que generó una serie de
levanyamientos como el llamado “Bogotazo” y a partir de lo cual
empeizan a aparecer movimientos bandoleros en distintas partes del
país.
Ospina estableció su
gabinete ministerial con representantes de ambos partidos por mitad,
igual que por mitad designó gobernaciones y alcaldías, a pesar de
los cual los liberales rompieron la unión dos veces. Ante la zozobra
por los alzamientos, se prolongó el estado de sitio por ocho meses
para apaciguar el país. Los liberales lanzaron una dura oposición y
se adelantaron las elecciones siete meses. Bajo el estado de sitio se
suspendieron las sesiones del congreso. El partido liberal decretó
abstención y fue elegido Laureano Gómez.
De los cuatro años del
período, Gómez estuvo al frente del gobierno 15 meses y su
Designado, Urdaneta, ejerció 19 meses, debido a quebrantos de salud
del titular. Su gabinete fue homogéneo conservador y se mantuvo casi
todo el período bajo estado de sitio. El Designado ofreció amnistía
a los alzados en armas a lo que respondieron algunos grupos. El
congreso expidió un Acto Legislativo que entregó a una Asamblea
Nacional Constituyente la reforma de la constitución. El 13 de junio
de 1953 Gómez reasumió el mando y relevó al comandante de las
Fuerzas Armadas. Esa misma noche, el teniente general Gustavo Rojas
informó al país que las Fuerzas Armadas se hacían cargo del
gobierno, consiguiendo el apoyo de los liberales y de un sector
conservador.
Rojas Pinilla provocó
una crisis de la Corte Suprema y cambió la nómina de magistrados.
La Constituyente se instaló y posesionó al general Rojas como jefe
de Estado. Luego, ante una fuerte presión de un movimiento cívico
de los partidos tradicionales, en la madrugada del 10 de mayo de
1957, a causa de la muerte de algunos estudiantes en Bogotá y Cali,
participantes en protestas contra el gobierno, Rojas entregó el
poder a una Junta Militar escogida por el mismo Rojas.
La Junta gobernó 16
meses, hasta que, en la reforma plebiscitaria de diciembre de 1957,
se adoptó el llamado Frente Nacional.
El Frente Nacional
Como resultado de los
pactos de Sitges y Benidorm, entre Alberto Lleras y Laureano Gómez,
se pactó el Frente Nacional, una tregua entre los partidos, por el
que cesa la lucha por el poder y se acuerda que habría presidentes
alternativos de cada partido durante cuatro períodos; se acuerda la
paridad entre liberales y conservadores por 16 años en el congreso,
asambleas y concejos; paridad en los ministerios, gobernaciones y
alcaldías; paridad en la integración de la Corte Suprema y el
Consejo de Estado; paridad en la designación de funcionarios y
empleados públicos. Todo ello avalado por el plebiscito de 1957.
En desarrollo de ese
acuerdo, en 1958 es elegido por abrumadora mayoría el liberal
Alberto Lleras Camargo. Le siguió el conservador Guillermo León
Valencia, a quien remplazó Carlos Lleras Restrepo (liberal), para
terminar en 1974 con Misael Pastrana Borrero (Conservador), ganador
en una discutida elección, pues el general Rojas Pinilla se había
presentado como candidato alternativo por su partido Anapo.
La regla fue tan
milimétricamente perfecta que se bajaron los ánimos partidistas y,
poco a poco fue desapareciendo la disputa por el poder entre los
partidos, se diluyeron los símbolos de las banderas roja y azul que
representaban a liberales y conservadores, respectivamente, y la
violencia política se redujo ostensiblemente, ya los dirigentes no
llamaron a revueltas y los ciudadanos dejaron de matarse por un color
partidista.
La repartición por
mitades, que en general fue implementada y respetada por los cuatro
gobiernos desestimuló la competencia política y fortaleció la
burocracia, basada en asignaciones partidistas, independientemente de
las capacidades y competencias para el desempeño de los cargos.
Además, eliminó la necesidad de los partidos de diferenciarse y
presentar propuestas alternativas en las campañas. De alguna manera,
desapareció la política, en el sentido adversarial y competitivo
por el poder y los partidos se acostumbraron a las mieles de la
burocracia y el uso de los recursos de la hacienda pública,
prácticamente sin necesidad de esfuerzo alguno.
Con el Frente Nacional se
instauró lo que se denomina la partidocracia, por la cual los cargos
en el sector público y los contratos se entregan “a dedo” a los
militantes, seguidores y dirigentes de los partidos, sin contar sus
calidades y competencias.
En Colombia nunca se
construyó un servicio público profesional basado en la
meritocracia, pues a pesar de haberse reglamentado, cuando se
realizan procesos, sobre todo para cargos clave, estos se amañan
para que resulte designado quien cuenta con la recomendación del
jefe político de turno, o incluso escoger a alguno que no ganó o
que ni siquiera figuraba en el concurso.
Igual, el sistema de
contratación por muy técnico y moderno que aparezca sobre el papel,
ha sido convertido en rey de burlas al que le introducen toda surte
de triquiñuelas y trampas en su aplicación, haciendo ejercicio de
aquel viejo aforismo popular que afirma que, hecha la ley hecha la
trampa, y que queda perfecto en una sociedad en la que como decía el
exalcalde de Bogotá, Antanas Mockus, “todo vale”. Hasta el
servicio diplomático carece de toda seriedad. Por ejemplo, se
informaba que en España había habido en 30 años un embajador
distinto cada año y medioiv,
situación que en los años recientes no ha cambiado sustancialmente.
Después del Frente
Nacional, el partido liberal que desde el 36 había impulsado algunas
políticas sociales en beneficio de los sindicatos y otros sectores,
se posicionó en las ciudades, mientras que los conservadores
mantuvieron su fuerza en los municipios más agrícolas. Ante el
influjo de la migración urbana, los liberales se hicieron
electoralmente más fuertes en las grandes ciudades obteniendo
resultados favorables.
De hecho, de 11 periodos
posteriores al Frente Nacional hasta ahora, nueve de ellos fueron
ganados por los liberales y, sólo dos por los conservadores. López
Michelsen, Liberal (1974-1978); Julio César Turbay, Liberal
(1978-1982); Belisario Betancur, Conservador (1982-1986); Virgilio
Barco, Liberal (1986-1990); César Gaviria, Liberal (1990-1994);
Ernesto Samper, Liberal (1994-1998); Andrés Pastrana, Conservador
(1998-2002); Álvaro Uribe, independiente de origen liberal, dos
períodos (2002-2006 /2006-2010); Juan Manuel Santos, Liberal, en
coalición de varios partidos, dos períodos (2010-2014 / 2014-2018).
Después del Frente
Nacional se dio un fuerte impulso a la descentralización, por vía
de la elección popular de alcaldes y la transferencia de recursos y
funciones a los gobernantes municipales, que sin el debido monitoreo
y control, generaron una tremenda crisis fiscal que obligó a
retroceder, al punto que hoy en día, si bien hay una relativa
descentralización fiscal, el centralismo volvió a ser la norma, al
punto que la gran inversión está controlada por el gobierno
nacional.
En términos políticos,
una vez pasado el Frente Nacional y ante la demanda de la burocracia
y la creciente población urbana, se desarrolló en el país un
fuerte clientelismo político que degeneró en corrupción y compra
de votos en importantes zonas del país, lo que, de alguna manera,
también eliminó la necesidad hacer propuestas de cambio efectivas
para el desarrollo nacional y cuando estas se hicieron, no pasaron de
ser meros discursos de campaña electoral, sin cumplimiento efectivo
en el ejercicio del gobierno.
Igualmente, desde la
misma época, se dio un auge en el negocio de la droga, en el que los
narcotraficantes colombianos pasaron de ser comerciantes a apoderarse
de toda la cadena de valor del negocio. Cultivaron en forma intensiva
la marihuana y la coca, montaron laboratorios para producir cocaína,
en alianza con narcotraficantes norteamericanos las exportaron a
Estados Unidos y Europa, movieron el negocio de blanqueo de dineros,
e incluso entraron en pequeña proporción al negocio de venta al
detal a los consumidores.
El economista
investigador Eduardo Sáenz Rovnerv
resume parte de este desarrollo, al afirmar que “entre los 70 y 80,
uno encuentra una actividad displicente por parte del presidente
Alfonso López Michelsen. Durante su gobierno se fortalecieron
económica y políticamente los narcotraficantes colombianos. Para
López el problema era de los “gringos”… La mala imagen era un
reflejo de la realidad. La repatriación de capitales sin preguntar
por sus orígenes y conocida como la ventanilla siniestra, fue una
lavandería oficial establecida por el gobierno.”
Agrega que “Julio César
Turbay como presidente no tuvo más remedio que militarizar La
Guajira y capturar cultivadores y mulas. Sin embargo, no se metió
con los narcotraficantes samarios como los Dávila, quienes acopiaban
la producción de marihuana y la enviaban a Estados Unidos. La
campaña militar de Turbay capturó peces chicos colombianos, así
como jóvenes mulas norteamericanas. Mientras tanto, la exportación
de cocaína se seguía consolidando”.
Por su parte, el
embajador norteamericano Diego Asencio (1978), afirmó que “Sería
fácil concluir… que quizás ambos caballeros (Turbay Ayala y
Lleras Restrepo) son unos pícaros y que estaríamos en problemas con
quien quiera que gane [la elección a la Presidencia]. Sin embargo,
parece más probable que el medio social y político de Colombia ha
llegado a un punto tal que es virtualmente imposible organizar un
grupo político que no contenga elementos asociados con los
traficantes”.
Los inmensos volúmenes
de dinero generaron en muchos sectores de la juventud una cultura del
enriquecimiento rápido y a como de lugar, construyeron carteles que
manejaron casi la totalidad del negocio, se introdujeron en la
política y financiaron campañas, corrompieron la administración de
justicia, estimularon el contrabando, patrocinaron grupos armados de
la guerrilla y paramilitares, participaron en toda suerte de
negocios y empresas, en fin, terminaron generando una cultura mafiosa
en muchas áreas de la vida nacional, por la cual se crean carteles
de toda suerte y grupos cerrados para apoderarse de sectores de
negocios, lícitos e ilícitos y expulsar a quien se les interponga.
La conducta mafiosa
colombiana aprendió incluso que es más económico y menos alarmante
que asesinar al oponente, liquidarlo por la vía de inventarle
procesos judiciales y escándalos mediáticos para sacarlos de en
medio. En mi artículo Qué tan mafiosos nos volvimosvi,
muestro el proceso clientelismo, corrupción, cultura mafiosa que
describe Caciagli y que se puede palpar en el desarrollo del país
desde los años sesentas.
En esta misma fase post
Frente Nacional, se dieron los momentos de auge de las guerrillas
colombianas, en especial en los últimos veinte años, cuando que
aparecen directamente vinculadas a las bonanzas de la droga, como lo
demuestra James D. Henderson en su obra Víctima de la
globalización. De hecho, una vez perseguidos y desmantelados los
carteles de Medellín y Cali, la guerrilla de las FARC se quedó con
el negocio, al punto que, se califica a esta organización como el
cartel de cocaína más grande del mundovii.
El desatino en la
construcción del país ha sido tal, que incluso las guerrillas que,
siguiendo el modelo cubano de los años sesentas, pretendían acabar
con las oligarquías y entregar el poder al pueblo, después de más
de medio siglo de asesinatos, secuestros, terrorismo, reclutamiento
de niños, siembra de minas antipersonas, voladuras de
infraestructura, terminaron enredadas en narcotráfico y otros
negocios oscuros, todo supuestamente con fundamento en la rebelión
contra el sistema. Lo que es incontrastable es que después de casi
60 años de su accionar, hay no hay una sola política pública, ni
reivindicación social o laboral, o proyecto o municipio exitoso, que
se pueda atribuir a su acción. Gran fracaso e incluso frustración
para generaciones que en los años sesenta y setenta creían en el
sueño revolucionario.
Además, en ese proceso
de desarrollo post-Frente Nacional, se genera la enorme violencia
adicional que significó la lucha del Estado contra los carteles de
la droga, lo que ha representado un enorme costo en vidas y bienes de
los ciudadanos, policías y soldados y que, a pesar de las políticas
de fumigación y erradicación manual, en este gobierno, Colombia
aparece hoy como el mayor cultivador de coca del mundo con más de
200 mil hectáreas sembradas.
7. Constitución del 91
El presidente César
Gaviria, resulta elegido después de que el hijo de Galán, asesinado
por la mafia, le entregara las banderas de la campaña. Se embarcó
Gaviria en lo que denominó un revolcón institucional que implicó
básicamente dos frentes, uno la reforma de la constitución y, dos,
la apertura económica.
Se generó un mecanismo
extralegal llamado la Séptima papeleta para convocar una
constituyente, ante la imposibilidad de la vieja constitución del 86
de introducirle reformas. Hay quienes afirmaban que esa constitución
estaba cerrada y trancada por dentro y habían botado la llave al
mar. Y los intentos de reformarla por la vía congresional eran
prácticamente imposibles.
Se instaló entonces una
constituyente convocada para unos temas específicos y, vuelve y
juega, la soberbia de los participantes, con exclusión del resto del
país, se declararon soberanos y decidieron no reformar, sino hacer
una nueva constitución. No había una fuerza mayoritaria que
orientara el debate, sino tres grupos grandes que juntaban más de la
mitad: los del M-19, movimiento exguerrillero que había hecho
tránsito a la vida civil coordinado por Antonio Navarro, un sector
conservador liderado por Álvaro Gómez, y un grupo de liberales
comandados por el veterano político Horacio Serpa.
Había por lo menos tres
agendas diferentes y tres visiones distintas sobre cómo arreglar el
país. Los del M-19 tenían como propósito lo que llamaban la
apertura democrática, que eliminó el bipartidismo y pasó al país
a un multipartidismo abierto que produjo en los años siguientes más
de 70 organizaciones políticas diferentes. El sector liderado por
Gómez se preocupada por el problema de la justicia, promovía
establecer el sistema acusatorio siguiendo el modelo norteamericano y
la creación de una fuerte fiscalía como ente investigador, que
después de los años no ha eliminado la impunidad. Los liberales por
su parte, se propusieron la elección popular de gobernadores y en
algún sentido estimular la descentralización. Ni una ni otra han
representado, al final, cambios significativos o mejoras en las
costumbres políticas del país. Claro, como ningún grupo tenía
mayoría, debía negociar al menos con otro para que le apoyara sus
iniciativas a cambio de la reciprocidad.
Se expidió la que han
llamado más moderna y social constitución del país, que creó la
democracia participativa, que establecía una serie de derecjs de
participación,aunque por ejemplo, no ha sido posible nunca revocar
un solo alcalde del país y, el reciente plebiscito el presidente
Santos se lo pasó por la faja, para poner dos ejemplos de su
inoperancia. Igual, se ha dicho que se cambió al Estado Social
de Derecho con más de 70 artículos relativos a la garantía de los
derechos, los cuales de manera escasa han sido desarrollados por vía
legislativa para su efectiva concreción.
Prácticamente el único
logro en beneficios sociales en salud y educación para el ciudadano
común y corriente es lo que consiguen obtener mediante órdenes
judiciales por vía de la tutela. Se creó la Corte Constitucional,
el Consejo de la Judicatura y el Consejo Nacional Electoral, y entre
tantos altos tribunales no hay una de cierre de los procesos, pues
entre ellas pareciera haber una competencia a ver cuál es la que más
manda.
Se inició con Gaviria un
desmonte del tamaño del Estado, siguiendo los lineamientos del
llamado Consenso de Washington, que a la larga generó un proceso de
concentración de riqueza sin precedentes y que convirtió a Colombia
en el segundo país más desigual de América Latina, por encima de
Honduras, según estudios del BID de 2016viii,
sólo 3 personas concentran la riqueza equivalente a los más de 20
millones de colombianos que se encuentran en la base de la pirámide,
según informes de CEPALix,
lo que significa que tres poderosos empresarios tienen una riqueza
similar a la que juntaría prácticamente la mitad de la población
colombiana.
Se trata de un modelo
económico que profundizó, lo que se había iniciado con la puesta
de todos los sectores productivos al servicio de un sistema
financiero -a modo de esclavitud moderna-, como desde hace cuarenta
años denunciara el economista Jorge Child, de la política
instaurada por el entonces presidente López Michelsen, hasta
convertir a los banqueros colombianos y unos pocos industriales y
dueños de medios de comunicación en los más ricos del país.
Se crearon, igualmente
con la Constitución del 91, una serie de “comisiones” nacionales
con costosos burócratas en todas las áreas, de telecomunicaciones,
TV, aguas, energía, cuya eficiencia y resultado ni en la
reglamentación ni el control parecen servir a los propósitos
nacionales.
Fue efectivamente un
revolcón que, al final parece, como dice el viejo refrán, resultó
peor el remedio que la enfermedad, pues generó muchas expectativas,
pero los beneficios después de casi 30 años no se ven. Algunos se
quejan de la enorme cantidad de reformas que ha sufrido, pero es lo
menos ante el galimatías, una suerte de escultura surrealista o
colcha de retazos que salió de ese ejercicio.
Y del tema económico, la
apertura económica de Gaviria, según informes, quebró la
agricultura y una serie de industrias en el país, ante la avalancha
de productos venidos del exterior a mejores precios y no
necesariamente de mejor calidad.
Afrontó Gaviria el
desafío de la mafia dirigida por Pablo Escobar y Rodríguez Gacha
con todo el terrorismo que desataron, pues los mafiosos preferian una
tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos, y se empeñaron en
tumbar la extradición que, según abundantes informes de prensa, se
habría logrado mediante la compra y/o amenaza a algunos de los
constituyentes.
Para el período
siguiente fue elegido Ernesto Samper, cuya campaña fue financiada
con dineros del cartel de Cali, aunque el congreso lo declaró
inocente. Desde tiempo atrás se decía que todas las campañas
recibían dinero de la mafia, pero la gran diferencia con la de
Samper es que, según cuentas la campaña costó alrededor de 11
millones de dólares y los hermanos Rodríguez Orejuela le habrían
inyectado al menos nueve, lo que a todas luces determinaría que fue
efectivamente elegido por el dinero de la mafia narcotraficante.
Estados Unidos le revocó la visa al presidente. Samper, a pesar de
su debilidad y baja gobernabilidad se comprometió a jugársela para
quedarse en el poder hasta el último minuto de la última hora. Y
así lo hizo, dejando descuadernar el país por toda suerte de
aprovechadores y corruptos que se despacharon las instituciones como
especies de feudos privados de los jefes políticos.
Andrés Pastrana puso en
evidencia la infiltración de la mafia en la campaña Samper a través
de los “narco-casetes” en los cuales se registraban
conversaciones de los mafiosos que daban cuenta de los aportes de la
mafia a la campaña de Samper, quien siempre alegó que si ello
ocurrió fue a sus espaldas. Sin embargo, en un acto insólito, al
estilo mafioso, el consejo de ministros y buena parte de los
congresistas y medios de comunicación, cerraron filas entorno del
presidente y declararon a Pastrana como traidor a la patria por sus
denuncias.
Pastrana siguió su
oposición y al final, cuatro años después, ganó la presidencia
con una propuesta de paz, vía negociación con las Farc. Se
comprometió jugarse hasta el último minuto de su mandato por la
paz, pero las Farc no le funcionaron y terminó sin lograr ningún
acuerdo. Sí, debió recuperar el país del descalabro económico
consecuencia del desgobierno Samper y recuperar el prestigio
internacional del país, hasta lograr el apoyo de los Estados Unidos
con el Plan Colombia que permitió repotenciar y modernizar las
fuerzas armadas y que, luego, le sirvió a Uribe para desarrollar su
política, aunque Pastrana siempre se quejó de la falta de
reconocimiento de Uribe a su gestión, en el mismo estilo que
históricamente hemos visto a través de este relato.
Con Pastrana se inauguró
una etapa en que las Farc terminaron siendo el tema central de las
campañas presidenciales. Pastrana con la paz; Uribe ocho años, con
el compromiso de darle duro a las Farc; Santos en el primer período
de continuar la obra de Uribe, el que cambió una vez tomó posesión
del cargo y, en el segundo período con el proceso de paz que
desarrolló con esa orgaanización. Veinte años enfrascados en el
tema, abandonando los demás problemas del país, que le hicieron
creer a los colombianos que el principal problema del país eran las
Farc. Esta política, estimuló que buena parte de la gente pensara
con el deseo y que era preferible pagar el costo que fuera necesario
para lograr la paz, en la esperanza de que se desapaecieran los otros
probemas del país.
Uribe gobernó ocho años
produciendo importantes bajas y daños a los militantes, dirigentes,
infraestructura y comunicaciones de las Farc, recuperando importantes
zonas del país, la casi eliminación total del secuestro y una
importante entrega de militantes a las autoridades, con su política
llamada Seguridad Democrática. Se supone que los logró reducir en
al menos dos terceras partes y que no los pudo derrotar del todo
porque la dirigencia se refugió en Venezuela y Ecuador. Su discurso
antiguerrilla le sirvió para modificar la constitución y autorizar
la relección, por lo que estuvo ocho años al frente del poder.
Uribe apoyó a Santos y
determinó su triunfo en la segunda vuelta electoral. Santos una vez
tomó posesión del cargo cambió la agenda con la que lo habían
elegido, declaró a Chávez su “nuevo mejor amigo” y empezó a
cuestionar y perseguir a Uribe y los miembros de su equipo, de quien
en campaña pocos meses atrás había afirmado que se trataba del
mejor presidente de Colombia después de Simón Bolívar.
Para el segundo período
en un hecho sin precedentes en el mundo, el candidato presidente
Santos ganó las elecciones en la segunda vuelta electoral, con el
51% de los votos, a pesar de que, apenas 20 días antes, en la
primera vuelta había obtenido menos del 25% y que durante, al menos,
diez meses anteriores todas las encuestas coincidían en que los
colombianos no votarían por la reelección. Hubo conductas
sospechosas de la campaña, como las acusaciones de reparto de dinero
a los congresistas para asegurar su apoyo y trabajo de mover los
votos, en una práctica que se denominó la entrega de la
“mermelada”; hubo un terrorismo judicial desatado por el Fiscal
general de la nación contra el candidato uribista, a quien amenazaba
junto como su familia de librarles ordenes de captura por el tema de
las “chuzadas” a los teléfonos de los negociadores de la paz
que, hace pocos meses, casi cuatro años despues, un fallo determinó
que no había ninguna vinculación de Zuluaga y su campaña con ese
proceso.
También se desató una
costosa y desaforada campaña mediática, al mejor estilo chavista,
polarizando la opinión entre la idea que Santos era el candidato de
la paz y, Zuluaga, el de la guerra. Al final, como nunca antes, en
menos de media hora la autoridad electoral declaró amplio ganador a
Santos, cuando en todos los casos siempre demoraba hasta cuatro y más
horas. En fin, queda para los investigadores, averiguar dónde y cómo
apareció esa avalancha de votos. Ahora, resultan acusaciones
sospechosas de que la campaña habría recibido financiación
corrupta de la reconocida firma constructora brasilera Odebrecht por
un millón de dólares. En un artículo describí algunas
características del gobierno Santos que denominé: La mentira
como estilo de hacer políticax,
en el que relato algunas de las peripecias verbales del presidente
Santos y de su estilo, que dejan muy mal el prestigio del gobierno.
Lo que es difícil de
entender, pero que parece corresponder a la lógica de gobernar este
país, desde hace dos siglos, es hacer alianzas con unos y perseguir
a otros como se vio en todo el relato histórico que se ha hecho, y
que sigue vigente en la mentalidad de los “elegidos”. No es
comprensible que se pueda ser tan generoso con criminales y bandidos
que durante más de medio siglo le han causado tantos males al país,
y se persiga con saña y se descalifique a quienes desde la vía
democrática se oponen a las políticas del gobernante.
Así pues, en el siglo
diecinueve, la norma fue la puja, alzamientos, revoluciones y los
golpes de Estado por caudillos militares. Durante el siglo XX, los
enfrentamientos entre los partidos y divisiones internas de cada
partido, apoyadas por algún bando del otro partido, salvo contadas
excepciones. Cuando un partido gobernaba, un bando del mismo se
oponía a las políticas del gobierno y, en alianza con un sector del
otro partido, producían la desestabilización, caída del gobierno e
incluso alguna nueva reforma constitucional, ya no signada por
posturas centralista versus federalista, sino por idearios
partidistas y religiosos, incluso.
Desde el Frente Nacional
se acabó la pugna partidista y se inició el clientelismo y, a
partir de la Constitución del 91 se sumó el populismo social y de
la paz. La política de los últimos 25 años está signada por el
clientelismo y el populismo.
Para dónde vamos
Como se ha visto la
historia política de país está marcada por pugnas y disputas por
el poder, ambiciones personales, traiciones, las alianzas para
atajar al adversario, rencillas individuales, divisiones partidarias,
que jamás dieron tregua para pensar el país en términos de futuro
estable y duradero, en términos de propósito de país.
Es un país que ha tenido
ocho guerras civiles nacionales y más de 45 regionales; 16
constituciones, pues cada que llegaba alguien quería hacer una a la
medida,. y en los tiempos modernos, al menos reformarla así fuera
con el cambio de “un articulito” como se dijo para establecer la
reelección de Uribe y que Santos hizo eliminar. Y ahora resulta que
sus pretensiones son las de agregar un año más al período actual,
introducir el voto obligatorio y hasta reducir de 18 a 16 años la
edad de votar, en una nueva maniobra electoral, nada para cambiar las
costumbres políticas del país sino para garantizar la elección de
sucesor de bolsillo o amarrar a un eventual adversario que llegara.
Colombia es un país que
ha tenido cinco nombres en su historia: La gran Colombia, 12 años
(1819-1831); Nueva Granada, 29 años (1832 -1861); Confederación
Granadina, 2 años (1862- 1863); Estados Unidos de Colombia, 23 años
(1863-1886); República de Colombia ,122 años (1886-2008). Y, un país
que no logra saber a ciencia cierta si su fiesta nacional es el 20 de
julio o el 7 de agosto.
Como se ha podido
apreciar en esta sintética revisión, Colombia ha sido manejada
literalmente como una finca en la que cada mayordomo que llega se
cree el dueño que puede imponer las reglas que quiere, hacer lo que
le da la gana y aplastar a los opositores, y que puede dejar a su
familia amigos y partidarios apoderados de algún pedazo de país
para que lo manejen a su antojo.
Sin embargo, la cultura de la
violencia, el clientelismo, la cultura mafiosa, no son una
característica de los colombianos, como algunos insisten y quisieran
convertir en verdad. Si referenciamos Richard Barret, autor del nuevo
paradigma del liderazgo, la cultura de una organización es el
reflejo de sus líderes, y vemos todos los días que los dos más
prominentes dirigentes del país se mantienen ensartados en una riña
permanente, y que quien pasa por el gobierno y el congreso amasa
fortunas sin medida y abusa del poder, es un modelo perverso que los
psicólogos llaman ejemplo vicario.
Es urgente enotnces
reformar el sistema político inoperante, costoso, corrupto,
vicioso, donde todas las regiones y con enorme vocación a la
prosperidad y el desarrollo, tan importantes como la Costa,
Antioquia, Valle, Llanos y la propia Capital, por mencionar algunas,
sigan teniendo que pedir permiso a la voluntad y caprichos de un solo
hombre que gobierna como déspota, pues concentra todos los poderes a
su antojo, somete a al congreso y la justicia, las fuerzas armadas
los organismo de seguridad, los órganos de control, maneja la
inversión y amedrenta a los empresarios y medios de comunicación.
Y, de otro lado, es
necesario romper el ciclo perverso de impunidad que según un
exministro de justicia y el Fiscal General de la Nación es del 99%xi,
lo cual solo se logra con darle independencia, autonomía y fortaleza
a la rama judicial. El resto, son paños de agua tibia o cortinas de
humo que van a prolongar esta agonía.
Se trata quizás, de lo
que planteaba Álvaro Gómez cuando hablaba de tumbar el régimen y
que le costó la vida. Hay que cambiar el sistema político
centralista y presidencialista o, al menos, matizarlo introduciendo
equilibrio de poderes. Igual hay que eliminara el régimen de
impunidad y ausencia de justicia, que hace de Colombia, igual que en
el resto de Latinoamérica, países donde se eligen auténticos
dictadores electorales, como lo describo ampliamente en mi último
libro: Dictaduras electorales, el presidencialismo en Latinoamérica
y el Caribe.
Qué quieren hacer los
colombianos con sus vidas y este pedazo de tierra para el Siglo
veintiuno. Podremos escoger dirigentes y líderes capaces de
transmitir confianza sobre las oportunidades y posibilidades de
construir una nueva realidad de un mundo cambiante, que aprovechen
las inmensas posibilidades y recursos de que disponen este país y su
gente.
Se requieren liderazgos
que tomen la decisión de trascender el momento y abandonen el
embrujo de nuestra pesada y cortoplacista historia bicentenaria.
Nota Final:
Para no quedar simplemente en la descripción del problema a modo de
quejadera y repetición de diagnósticos, a la que somos a veces tan
dados, en un próximo ensayo, me voy a atrever a proponer algunas
ideas y reflexiones, que seguramente no son mías, pero que podrían
ayudar a poner sobre la mesa iniciativas para ayudar a diseñar un
país al 2030.
NOTAS
NOTAS
ii
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. “La
proclama por un país al alcance de los niños”. En “Documento
de los Sabios- Colombia: al filo de la oportunidad” Editora e
impresora Ranco Ltda. Págs. 14, 16
iii1.
de Wasington y Hamilton “No intervención”; 2 Doctrina Monroe,
1823; 3. Destino Manifiesto, 1845; 4. Puertas abiertas, 1898; 5.
Entre las Guerras Mundiales “No intervención”; 6. Guerra Fría
“Contención”; 7. Clinton “Ampliación”; 8. 11 de
Septiembre. “El eje del mal”; 9. 2006 “Giro imperial”; 10.
Obama 2010 “Huella ligera.
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