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viernes, 20 de enero de 2017

¿Qué tan mafiosos nos volvimos?

Por Javier Loaiza*
Desde hace más de dos decenios un entonces presidente se justificada diciendo que todos estábamos untados, y algunos analistas afirmaban que estábamos permeados por una “cultura mafiosa”, lo que parecía una generalización que, de alguna manera, pretendía disculpar al presidente; aunque, al final, el Congreso resolvió que no había motivo alguno para enjuiciarlo, y a pesar de nuevas evidencias, ahí nos quedamos.

De una expresión generalizada para explicar las cosas, en este país se decía que “lo malo de las roscas es no estar en ellas”. Pasados los años, en medio de la impunidad, los abusos de los poderosos y el tandem entre políticos y medios masivos de comunicación, las roscas terminaron convirtiéndose en mafias que controlan todos los círculos de la vida nacional, regional y local.

“Roscas” mafiosas

La política y el gobierno funcionan perfectamente para los políticos y gobernantes de todos los niveles, no para los ciudadanos; la justicia para los magistrados y jueces envueltos en “carruseles”, no para los ciudadanos: cuatro meses sin administración de justicia por paros y aquí “no pasó nada”, como habría dicho Alfonso López, la impunidad sigue aumentando. La fiscalía sólo reacciona en casos mediáticos.
La seguridad policial funciona para proteger a los personajes VIP, cuidar bancos, centros comerciales e intereses específicos y poco, muy poco, para cuidar a las personas que viven la cotidianidad soportando el miedo de salir a la calle o dejar su casa sola.
La salud es un excelente negocio para las EPS, IPS, laboratorios farmacéuticos, cadenas de farmacias y demás empresas del ramo, no para los pacientes, quienes deben sufrir enormes filas frente a los dispensarios médicos y hacerse atender vía tutelas, figura que están desesperados tratando de eliminarla.
La educación, es un gran negocio para instituciones privadas, públicas, religiosas y burócratas, no para los estudiantes. El año pasado aparecimos casi en el último lugar entre alrededor de 60 países del mundo, según estudios de la OCDE; y vemos universidades que se hacen acreditar con “alta calidad” y que, luego que obtenerla, despiden los pocos doctores que habían contratado, o los someten a toda clase de atropellos. Nombran de ministra a una señora que, por ejemplo, la semana pasada sale oronda, en el caso de una universidad que están interviniendo y que hace mucho tiempo deberían haberlo hecho, diciendo que los funcionarios de esa entidad “deben hacernos caso” o si no, serán remplazados, como si estuviera administrando una tienda.
Las obras públicas son gran negocio para contratistas y funcionarios, pero un costo impagable para los contribuyentes, que vemos cómo obras, carreteras, edificios, apenas pasados pocos años se desbaratan y deshacen… 
Los bancos y el sistema financiero, los medios masivos de comunicación, monopolios prácticamente sin control…, en fin. Y bueno, para qué seguimos, pues sería imposible terminar.
Lo grave de ello es que todas esas “roscas”, ahora parecen convertidas en auténticas mafias que van por todo, no perdonan, son implacables con quien se les atraviesa, se hacen justicia por propia mano y usan medios de comunicación y costosos abogados para armarles escándalos, procesos y purgas a quienes se atreven a cuestionarlos siquiera. Y en el camino, algunos se mueren.

Clientelismo, corrupción, mafias

Es importante diferenciar entre clientelismo, corrupción y criminalidad mafiosa, pues como afirma Alejandro Gaviria, ahora resulta que la cultura mafiosa implica “la adhesión de muchos colombianos a una teoría que pretende explicarlo todo (el consumismo, la corrupción, la violencia, el machismo, el oportunismo, etc.) pero que al final de cuentas no explica nada.” (Gaviria)
Las mafias del narcotráfico parecen haber permeado la cultura nacional, aunque algunos pretenden que solo está entre los políticos. Por ejemplo, se ha vuelto un negocio perverso la fascinación alrededor del mundo mafioso recreado por telenovelas en canales privados que presentan a los capos como héroes paradigmáticos de la reciente historia nacional, audaces, dedicados  e incluso esforzados personajes que tratan de salir adelante, cueste lo que cueste. Una variante del tema que, como otros tantos, en este país siguen pendientes de un profundo debate.
El clientelismo representa una forma de cultura política, con lenguajes, ritos, valores y comportamientos concretos y reiterados (Caciagli, 1996). El clientelismo ha sido el eje central de la política en Colombia después del frente nacional, al punto que cada jefe político tiene su propio coto de caza, su propio feudo, que alimenta con recursos del Estado, o de los contratos o de las mafias del narcotráfico y el contrabando.
La relación clientelista es esencialmente  vertical y, aunque en ambos casos se trata de relaciones de intercambio, -clientelismo y corrupción-, en el clientelismo se da entre desiguales mientras que la corrupción generalmente ocurre entre iguales. El intercambio clientelar es político, a diferencia de la corrupción que es un intercambio mediado por el dinero, público o privado. No es lo mismo el intercambio de decisiones administrativas por votos que el intercambio de dinero por contratos y licitaciones públicas (Caciagli, 1996).
En la corrupción aparecen rasgos fundamentales como el secreto, la ilicitud, la violación de las reglas y el intercambio de favores o servicios por dinero; ocurren en un nivel horizontal, entre “iguales” y se originan preferencialmente en espacios de intervención estatal, la burocracia y la centralización del poder.
La corrupción construye redes que no alcanzan a convertirse en un sistema cultural; los actores participan en forma individual, es una manera de actuar, un medio y no substancia de una cultura política, aunque se vuelva un problema generalizado.
En Latinoamérica, el fuerte centralismo sin control, sin separación real de poderes, sin organismos de control independientes, donde el presidente al ganar las elecciones “se queda con todo”, y en los últimos tiempos centraliza el poder en torno de su figura personal y autocrática, los presidentes someten los congresos, cooptan la justicia, los aparatos de seguridad y control, las fuerza armadas y, por vía de incentivos y amenazas, someten a la gran empresa y los medios de comunicación.
De hecho, por ejemplo el Colombia, el Presidente de la República es el mayor clientelista y el más eficiente corruptor. En ausencia de políticas y prácticas de meritocracia, los gobernantes designan para los altos cargos del Estado a sus más cercanos y leales amigos, independientemente de que tengan o no calidades y competencias para el desempeño de los cargos. Todos a una son designados sin ninguna otra responsabilidad que la de seguir lealmente la instrucciones de su jefe nominador; la leatad es con el nominador, no con la institución, el Estado o el país. Y claro, esa práctica genera una cascada de irresponsabilidades pues, a su vez, cada ministro o alto funcionarios va repartiendo cargos de la misma manera a subalternos incompetentes pero leales al propósito político-electoral y a los intereses de apropiación de los recursos del Estado, como una práctica de privatización y aprovechamiento de lo público.
Por su parte, las organizaciones criminales, mafiosas, tienen códigos de honor, rituales y valores que les permiten funcionar con coherencia. La mafia siciliana, su presencia cotidiana y su influencia en las actitudes políticas la convierten en una cultura política. Como afirma Caciagli: “Estamos frente a una cultura política, porque ideas y valores, símbolos y normas, mitos y ritos, compartidos por una comunidad, influyen sobre su comportamiento político y sobre su actitud frente a las instituciones, regulando en suma su manera de vivir la política” (Caciagli, 1996).
La criminalidad organizada solapa las otras dos, al alimentarse de prácticas clientelistas e involucrarse en actos de corrupción. Sin embargo, el clientelismo aunque incómodo y ser una forma de abuso del poder no es ilícito o por lo menos es bastante tolerado por la sociedad, mientras la actividad mafiosa de organizaciones construidas para saquear el Estado transgreden abiertamente la Ley.
La cultura de las mafias no se reduce a la mentalidad de la delincuencia organizada, sino que implica la negación de las reglas sociales a favor de las normas privadas, nepotistas y de favores a sus círculos más cercanos.  Toda la cultura mafiosa opera bajo presupuestos de sumisión, obediencia, jerarquías piramidales de poder. Obedecer con una sonrisa, para no desagradar al “patrón”.
La cultura mafiosa promueve el facilismo, la trampa, el chantaje para ascender económica, social y políticamente. La oportunidad de conseguir de “dinero fácil” es aceptada como un mal necesario. De hecho la más grave herencia del narcotráfico en Colombia y el resto de América Latina, ha sido generar entre los jóvenes una cultura del enriquecimiento rápido y a como dé lugar.
La cultura mafiosa en Colombia se manifiesta en prácticas generalizadas en todos los sectores de la sociedad, como sacar ventaja con el mínimo esfuerzo, incurrir en negocios y transacciones ilegales, dar al dinero y al poder un valor superior a las virtudes ciudadanas las que se interpretan como conductas de tontos; fascinación por el lujo y el derroche, e incluso se llega a aniquilar al otro para acceder al poder, con una sevicia que da miedo, amparados por una impunidad que hace añicos cualquier esperanza de convivencia racional.
En los últimos años se han denunciado públicamente una serie de carteles públicos y privados que de manera abusiva y extralegal especulan, fijan tarifas, acuerdan precios, determinan límites hasta dónde se puede ir e, incluso cierran filas contra quien se atreva a desafiarlos, los desacreditan mediáticamente, los judicializan mediante procesos arreglados e, incluso tratan de quitarlos del camino, extirparlos, al mejor estilo las mafias criminales italianas y rusas. Incluso establecen la ley del silencio como un resguardo a sus actividades ilegales. 
A continuación presento una lista 21 preceptos y frases que servirían para hacer una categorización de las conductas mafiosas que han hecho carrera en el lenguaje popular y parecen de común y generalizada aceptación, lo que nos permite alertarnos sobre el grave estado social en que estamos.
A modo de alerta, si quieres, mira de textos y califica tu respuesta según tu actitud: M, A, N. Mucho, Algo, Nada:
1.       Ley del vivo (el vivo vive del bobo)
2.       Ley del más fuerte (el que pega primero pega dos veces. Es la lógica de la guerra, dispare primero y pregunte después)
3.       Ley del silencio “omertá” (el que habla se muere)
4.       Código de honor (el que traiciona se muere)
5.       Justicia por propia mano (se la “aplico” toda)
6.       Todo vale
7.       Nepotismo (primero la familia y los míos, vengo por lo mío)
8.       Cooptar la justicia, el gobierno, el congreso (las reglas) (“para mis amigos todo, para mis adversarios la ley”)
9.       Intercambio de favores (yo te doy, y tú me devuelves con beneficio)
10.   No dar papaya “a papaya partida, papaya comida”
11.   Si no lo hago yo, otro lo hará (hay que estar “mosca”)
12.   El que entra no sale (aquí es en “serio”)
13.   El que se mete con uno de la familia, se mete con todos
14.   Todo para los míos, el resto, “que se jodan”
15.   “Ese es un duro, no se arruga ante nada”
16.    “Yo no me dejo”
17.   “Todo me vale huevo”
18.   “Se quita o lo quito”
19.   “Me vende o me vende”
20.   “Quién lo manda a ser güevón”
21.   “Huele a muerto” “Se lo buscó”.

Referencias

Caciagli, M. (1996). Clientelismo, corrupcion y criminalidad organizada. 60 - Cuadernos y debates. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid.


Gaviria, A. (s.f.). Obtenido de http://agaviria.blogspot.com/2011/08/cultura-mafiosa.html

* Texto publicado originalmente como parte de mi libro La Farsa Electoral, Cap. 11, Pág. 100 ss

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