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miércoles, 27 de septiembre de 2017

Ensayo: Los Cuellos de botella que nos asfixian


Por Javier Loaiza*
Cuenta una vieja leyenda Sufí que había un hombre buscando algo en el suelo. — ¿Qué buscas? Le preguntó un amigo. —Mi llave —dijo el hombre. Ambos se arrodillaron para buscarla. Después de un rato, el amigo preguntó: — ¿Dónde se te perdió, exactamente? —En mi casa. Y, —Entonces, ¿por qué buscas aquí? –Sencillo. Aquí más luz que dentro de mi casa.
Colombia parece estancada y sin visos de solución, como buscando las llaves en un lugar distinto a donde las perdió. Desde épocas del Estatuto de Seguridad en el gobierno de Turbay Ayala se oye decir que el país está en una crisis tremenda y que es el momento es decisivo para salir del atolladero o caer a un abismo.
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jueves, 17 de agosto de 2017

Venezuela, tres caminos para salir de la crisis

Por Javier Loaiza*
Por más sesgada que sea la opinión de algunos, es imposible negar la crisis que está viviendo Venezuela. No es sólo una crisis política, económica y social, trascendió al terreno de lo humano, desde cuando Chávez estimuló un espíritu confrontacional que generó discusiones y divisiones profundas al interior de las familias, que se separaron unas a favor y otras en contra de la llamada Revolución Bolivariana.

¿Para qué sirve un presidente?


Por Javier Loaiza*
Esto no tiene vuelta atrás, así los populistas nacionalistas quieran venderle a la gente que es posible regresar a las viejas épocas en que encerrados en unas fronteras, la mayoría de las veces ficticias, podían controlar todo y a todos.

Candidatos para todos los gustos

Se avecinan elecciones y habrá nombres y propuestas de todos los pelambres. Desde los que por primera vez se acercan ala política y creen tener las fórmulas salvadoras de la sociedad, hasta los veteranos que ya tienen contruida la maquinaria y los recursos para reelegirse. Comparto el siguiente texto, capítulo seis de mi libro La Farsa Electoral. 

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jueves, 27 de julio de 2017

¿Para qué sirve un presidente?

Esto no tiene vuelta atrás, así los populistas nacionalistas quieran venderle a la gente que es posible regresar a las viejas épocas en que encerrados en unas fronteras, la mayoría de las veces ficticias, podían controlar todo y a todos.
http://www.javierloaiza.net/autocracia/para-que-sirve-un-presidente/

martes, 18 de julio de 2017

¿Quién será “el elegido”?

¿Quién será elegido presidente en 2018? Es  la pregunta que muchos hoy se hacen, sobre todo con la proliferación de candidatos. Es una de las distorsiones de este precario sistema democrático en el que los ciudadanos asumen que habrá un elegido, no un electo, es decir que le corresponde a tal o cual porque tiene la “maquinaria” necesaria. La pregunta debería ser: ¿a quién vamos a elegir?

lunes, 10 de julio de 2017

Líderes para el siglo 21

El mundo de hoy ha cambiado y por primera vez estamos en una sociedad mayoritariamente urbana y superpoblada. Desde 2004 más del 50% de los habitantes del planeta vivimos en grandes centro urbano o zonas conurbadas. En los últimos 110 años la población del mundo se ha multiplicado por cinco, algo que antes demoraba miles de años.
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martes, 27 de junio de 2017

¿Por qué avanzamos como los cangrejos?


¿Por qué avanzamos como los cangrejos?
Por Javier Loaiza. 27/06/17
Los cangrejos no marchan hacia atrás, sino de lado. Diferente a lo que nos decían nuestros padres o profesores. Los cangrejos son lentos, parecen no ir para ninguna parte y mantienen sus pinzas listas, en actitud defensiva. García Márquez afirmaba que “Nos indigna la mala imagen del país, pero no nos atrevemos a admitir que la realidad es peor”.
Hubo enormes cambios en el último medio siglo, pero la sensación que tiene mucha gente es que aquí nada ha cambiado, que todo sigue igual. A pesar de los avances y progresos para un sector de la población, el país no logra dar un salto para convertirse en una sociedad en que los colombianos puedan vivir de manera segura, tranquila y con esperanza de mejorar su condición y su calidad de vida.
Entre otros cambios, Colombia dejó de ser rural y se volvió mayoritariamente urbano; se formó una clase media profesional, que podría llegar a ser la tercera parte de la población;  surgió una clase emergente -como se le llamó a finales del siglo pasado-, compuesta por comerciantes, contratistas del Estado, y algunos nuevos ricos producto del contrabando, el narcotráfico y la corrupción; se avanzó vertiginosamente en la construcción de viviendas y edificios urbanos; se multiplicaron las universidades -unas históricas y tradicionales y, otras, que llamaron “de garaje”-.
En el aspecto económico la apertura permitió integrar al país al comercio internacional, más como consumidor que como productor o proveedor de servicios; y, se registró un crecimiento del Producto Interno Bruto, PIB, que entre 1991 y 2013 se multiplicó por nueve. Entre tanto, el promedio de los colombianos debe esperar 35 años para que se duplique su nivel de ingreso, manteniendo a Colombia como uno de los países con más alta desigualdad de la región y del mundo.
De otro lado, la lista de problemas graves es enorme. Desde los relacionados con la inseguridad, la mala calidad de la educación, las seculares deficiencias del sistema de salud y pensional, la precaria infraestructura que comunique las regiones y al país con el resto del mundo; un país que de agrícola se convirtió en importador neto de alimentos, en el que la industria nunca logró ser un factor del desarrollo; en que el sector servicios escasamente atiende las necesidades urgentes; el que el sector energético-minero está lejos de ser un motor del progreso; en que prácticamente el sector financiero es el único renglón de la economía que a pesar de ser improductivo y especulativo mantiene un ritmo sostenido de rentabilidad con ganancias descomunales comparadas con la industria y el campo. Y, por último, un país en el que el sector púbico es deficiente,  incompetente, burocrático, clientelista, fiscalista y corrupto hace de las suyas.  
Mientras el mundo avanzaba hacia una nueva sociedad del siglo 21 interconectada, global, tecnologizada, urbana, con pérdida de poder del Estado-Nación para resolver los problemas de la sociedad, en los últimos veinte años, Colombia retrocedió en los intentos de descentralización, se enredó en el problema de la seguridad, y el tema central de la agenda pública se volvió la presencia de los actores armados, especialmente de las Farc que, de una u otra forma, han determinado las últimas cinco elecciones presidenciales y han copado la atención de los gobiernos y medios de comunicación. Mientras, todos los demás problemas se aplazaron y agravaron.
Por ejemplo, además del hecho grave de haberse hecho elegir con el dinero del narcotráfico, quizá el peor daño que Samper le hizo al país fue quedarse “hasta el último minuto del último día”, sacrificando la institucionalidad, entregando pedazos del Estado a los corruptos para que metieran sus manos sin control en los presupuestos, y a todo aquel que le amenazara la posibilidad de mantenerse obstinadamente en el cargo, para al final permitir que los alzados en armas desbordaran las fuerzas armadas. Samper nos llevó en cuatro años de un narco-estado a un Estado fallido.
La herencia que dejó Samper además de la inseguridad jurídica y de la pérdida de credibilidad en la presidencia y las instituciones, del descrédito internacional, fue un Estado  descoordinado e incompetente para afrontar desafíos simultáneos en al menos cinco frentes además de las seculares deficiencias del Estado: 1. el narcotráfico, 2. las guerrillas, 3. las autodefensas o paramilitares, 4. las bandas criminales urbanas y delincuencia común y, 5. la corrupción.
En los siguientes gobiernos, Pastrana, se jugó por negociar la paz, Uribe desactivó los paramilitares y persiguió implacablemente a las Farc, y Santos negoció con la guerrilla. Si el proceso actual de acuerdo con las Farc resulta, quedarían por atender de manera urgente las otras tres amenazas, reforzadas por las disidencias. Sigue pendiente el narcotráfico con su poder criminal sin límite, la corrupción que desfonda al sector público y hace metástasis en el sector empresarial, y el bandidaje que hace de las suyas en calles y caminos.
Otra vez, vuelve y juega. El debate sigue girando en torno a las Farc. Los unos se quejan de las condiciones del acuerdo por la largueza del gobierno en beneficios a quienes han causado tanto dolor y muerte y, los otros, pregonan la idea de que el mejor negocio es que no se pierda una sola vida más por cuenta de las Farc, así se les perdone todo, y justifican las deficiencias del acuerdo comparando con el proceso con los paramilitares en que también hubo altas dosis de impunidad.
Estudios como el realizado por el profesor norteamericano James D. Henderson demuestra que los momentos de crecimiento de las guerrillas y el paramilitarismo coinciden con las épocas de mayor auge del narcotráfico. A ello se suma que hay una coincidencia geográfica entre las regiones de mayor cultivo de coca, de mayor presencia guerrillera, de mayor impacto de los paramilitares, que son las zonas donde más desplazamientos y desaparecidos ha habido, más minas antipersonas han sido sembradas. Igual, las Zonas de Reserva Campesina, coinciden o son próximas a buena parte de los territorios que el gobierno ha aceptado para concentración de los guerrilleros de las Farc en el proceso de desmovilización.
Frente a este cuadro y la evidencia del aumento del cultivo de coca a más de 180 mil hectáreas, multiplicado por cuatro en los últimos tres años, permiten preguntarse si el conflicto en vez de desaparecer no se va a incrementar, así una buena parte de los violentos de las Farc se desmovilicen.
Peor aún, hay dos problemas clave que de no resolverse, por muchos avances y logros que se obtengan en distintas áreas, no van a permitir un salto definitivo del país. Que nos harán seguir avanzando como los cangrejos. Son el sistema político centralista y presidencialista y, la impunidad, que pasan prácticamente inadvertidos frente a la opinión pública y que son causa y motor de buena parte de los problemas nacionales.
Urge ponerlos sobre la mesa del debate, deberían estar en el centro de las propuestas en la campaña presidencial, y tenemos que afrontarlos con inteligencia y decisión, si queremos salir adelante. De lo contrario, seguiremos peor que los cangrejos, dando vueltas como corcho en remolino.


miércoles, 15 de marzo de 2017

¿Para qué sirven las elecciones?*

Las elecciones son factor esencial de la democracia, pues reportan legitimidad de origen al gobernante o representante.
El clásico autor francés Maurice Duverger no duda en afirmar que la influencia de los sistemas electorales en la vida política es evidente, pues sólo basta con comprobar cómo trastornaron la estructura de los Estados la adopción del sufragio electoral y los mecanismos de elección directa (M. y. Duverger).
Lo que es definitivamente cierto es que hacer elecciones como parte de la democracia, estas no bastan. No se es democrático por ganar elecciones, pues está demostrado que hay muchas maneras non sanctas de ganar, como lo veremos más adelante. Se es democrático, sí y solamente sí, si se respetan los valores, principios y libertades que la democracia garantiza, además del origen electoral en integridad.
Por favor continua leyendo en mi nuevo blog: Javier Loaiza - Mi visión del mundo
http://www.javierloaiza.net/elecciones/para-que-sirven-las-elecciones/

jueves, 23 de febrero de 2017

1819-2019: Colombia doscientos años de tumbo en tumbo

Por Javier Loaiza, Guasca, Feb. 2017

Cuando Colón salió de Palos de Moguer hace 525 años, iba para las Indias, buscando una ruta más corta. Cuando tocó tierra, en la Isla de Guanahaní, en el Caribe, por la dirección que había tomado, no sabía para dónde iba; cuando llegó no sabía dónde estaba; y cuando regresó a España en 1493, no tenía idea a dónde diablos había estado. De hecho, a los residentes les llamó indios. Según Humberto Eco, la llegada de Colón a América fue una serendipia, fue de chiripazo, como se dice coloquialmente.
Con esa misma lógica de Colón pareciera haberse movido Colombia, dando bandazos incluso desde antes de 1819, cuando se selló la Independencia. Algo que podríamos llamar “republiquiando”, tratando de hacer una república a los bandazos. Pues los colombianos no hemos tenido la fortuna de contar con un liderazgo ni con dirigentes que nos propongan un desafío colectivo. Ronald Heifetz afirma que en tiempos de crisis se requieren liderazgos que desafíen sus comunidades a adaptarse a los cambios.
En 2019 se cumplen 200 años de la Batalla de Boyacá, que según coinciden los historiadores, selló la independencia de España. Sin embargo, como afirma Suu Kyi, la valiente luchadora por la libertad en Birmania, el salir de la dictadura militar a un régimen civil, no garantiza ni la libertad ni la democracia, así como pasar de la colonia a la independencia no ha representado para los colombianos la construcción de una sociedad realmente democrática, a pesar de que desde hace más de siglo y medio se realizan elecciones periódicas para escoger gobernantes.
Al revisar la historia política del país se puede comprobar que el maremágnum actual con las divisiones entre una paz excluyente, el abuso de poder, la corrupción, la alta impunidad, la desigualdad y la falta de visión en la construcción de un modelo de país, es simplemente el reflejo de 200 años de manejo del poder en beneficio de caudillos militares, de oligarquías partidarias y últimamente de aventureros, con apenas algunas excepciones que no alcanzaron a hacer la diferencia.
Ahora, en tiempos de la transparencia basada en las TICs y las redes sociales, todo aparece visible como nunca; los ciudadanos comparten sus experiencias personales sobre las organizaciones, la política y empresas con las que interactúan, y es cada vez más difícil para las instituciones controlar lo que se habla sobre ellas, a pesar de las sobrecargas mediáticas gubernamentales que tratan de construir modelos de post-verdad al mejor estilo de Gobbels, el ministro de la propaganda de Hitler.
Desde hace alrededor de quince años Transparencia Internacional denunció que la gran corrupción está en las mega-obras y que los dineros se ocultaban en paraísos fiscales; la gran diferencia ahora es que, en esta cultura generada por los narcotraficantes del tener, exhibir y ostentar, de manera abierta cometen las fechorías y muestran sus patrimonios a la vista de todos. Luego, con la descentralización sin control fiscal en el país, muchos alcaldes se enriquecieron rápidamente causando la alarma entre los ciudadanos que veían en sus narices los abusos de los mandatarios, en algo que he llamado la democratización de “chanchullo”, pero que por muy grande que sea en los pueblos, no alcanza a sumar el detrimento y las coimas de los Odebrecht, Reficar y otros tantos robos ocultos, sin investigación, de los cuales se han beneficiado gobernantes, políticos y empresarios.
Hoy los dos problemas principales, estructurales del país, son el régimen político centralista y presidencialista y, la impunidad. El primero hace, per se, al presidente la persona más clientelista, corruptora y corrupta, pues para llegar al poder tiene que valerse de esas herramientas y luego ejercer como tal. Y la impunidad sirve al régimen para meter mano en la justicia y aplicar el “mantra” de los dictadores latinoamericanos de los 60s y 70s “para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”, de lo cual, en el presente gobierno el pasado fiscal sirvió de fiel operador en forma descarada. No hay ni ha habido nunca en este país independencia de poderes, equilibrio de poderes, o lo que llaman los norteamericanos el “Check and balances”.

Cómo comenzó todo

Puede decirse que la historia de Colombia posterior a la colonia se resume en siete hitos, caracterizados por modelos políticos diseñado para los fines de quien quería o podía alzarse con el gobierno, usar el poder como un botín de guerra con la consigna de excluir y aplastar a los adversarios, tal como lo relato en el primer capítulo de mi libro La Farsa Electoral. Nunca el futuro y la realidad fueron diseñados en función de una visión, un modelo de país que concitara la confluencia de voluntades hacia ninguna parte, sino un modelo de estructura y arquitectura institucional que permitiera mantenerse, reciclarse y repartirse el poder.
Esta situación la capta James Robinson, uno de los autores de la obra Por qué fracasan los países, cuando critica a los liberales de Rionegro porque más que un acuerdo de élites para conservar ciertos privilegios, se proponían “un Estado moderno, con un sistema fiscal, una burocracia y un aparato judicial que tuvieran el poder de erradicar las causas sociales del conflicto y además establecer un monopolio de la violencia en el país”, como si las normas y las buenas intenciones por sí solas resolvieran los problemas de una sociedad, como, de hecho, nunca lo hicieron.
Los próceres neogranadinos se alimentaban de las ideas de la Revolución nortemericana y de la Revolución francesa, aunque mantuvieron en sus inicios un afecto especial por la corona y el fuerte sistema monárquico. De hecho, los federalistas siguieron más a Hamilton, Madison y George Washington quienes propugnaron por una presidente unipersonal con amplios poderes para evitar la dispersión y el bloqueo de la república; y por supuesto, ni se diga de los centralistas que abrebaban de los europeos Montesquieu y Locke, venerados como prototipos de la democracia liberal, quienes aspiraban a conservar la “dignidad de la realeza”. Estas idea caían como anillo al dedo a quienes se diputaban el control del naciente gobierno, sistema que hizo carrera y aún sigue funcionando en un modelo centralista y presidencialista.
Los hitos, como se dijo, no son de construcción de un sueño de país sino de modelos de estructura política. Así: 1. La lucha entre centralistas y federalistas a partir de 1810, llamada la Patria Boba, 2. El sueño bolivariano, La Gran República de Colombia, 3. El forcejeo caudillista posterior a la muerte de Bolívar; 4. La Constitución de Rionegro y el federalismo; 5. La regeneración de Núñez; 6. El Frente Nacional y, 7. La Constitución del 91.
Son casi todos arreglos institucionales, salvo la visión de una patria grande americana que había soñado Bolívar en la Carta de Jamaica, cuando afirmó que “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas, que por su libertad y gloria”. Que luego precisó el Congreso de Angostura: “La unión de la Nueva Granada y Venezuela es el objeto único que me he propuesto desde mis primeras armas… proclamadla a la faz del mundo y mis servicios quedarán recompensados”. Ya decía en la Carta de Jamaica que “esta nación se llamaría Colombia, como un tributo de justicia y gratitud al creador de nuestro hemisferio”, haciendo referencia a Colón.
  1. Patria Boba (1810-1819)

De las 15 provincias en que se dividía la Nueva Granada en 1810, solo Riohacha, Panamá y Veragua no dieron paso alguno en la independencia. En las demás se constituyeron Juntas de Gobierno. En el acta del 20 de julio se deposita el gobierno supremo del reino en el cabildo y los vocales proclamados por el pueblo, “sobre las bases de la libertad, independencia respectiva de ellas, ligadas únicamente por un sistema federativo, cuya representación deberá residir en esta capital, para que vele por la seguridad de la Nueva Granada”.
Se armó la fiesta. De inmediato surgieron aspiraciones de varias poblaciones que querían volverse provincias, la inconformidad de algunas que se querían anexar a otras, el expansionismo de Cundinamarca, la rivalidad de Cartagena con Santa Fe, y la divergencia de ideas sobre cómo gobernar, pues unas querían absoluta autonomía, otras un sistema federal y, por un régimen central o unitario.
Algunos como Camilo Torres y Miguel de Pombo, quien tradujo el Acta de Independencia y la Constitución norteamericana, atribuían la prosperidad de esa nación a su sistema de gobierno e impulsaban su modelo. Por su parte, Nariño, Frutos Joaquín Gutiérrez e Ignacio Herrera, fueron adalides del centralismo. La lucha entre Cundinamarca y las provincias generó una guerra civil. Nariño se oponía al federalismo, entre otras porque esperaba anexiones de otros territorios a Cundinamarca y, no quería perder el control de la Casa de Moneda, ni las rentas de correos, tabaco y otros.
Luego de intensas batallas entre los bandos, el 9 de enero de 1813, Nariño se alzó con el triunfo e impuso el modelo centralista desde Cundinamarca. Esta época, entre 1810 y 1815, ha sido llamada la Patria Boba, pues no permitió la unidad, dando pie a la reconquista de española en cabeza de Pablo Morillo, muchos de los dirigentes fueron llevados al cadalzo y se dio al traste con lo que se había conseguido por los levantamientos hasta entonces.
  1. El sueño bolivariano (1819-1830)

En el Congreso de Angostura, -hoy Ciudad Bolívar-, Venezuela, a orillas del río Orinoco, en diciembre de 1819, cuatro meses después de la Batalla de Boyacá, el entonces vicepresidente Francisco Antonio Zea, luego de leída y aprobada la Ley Fundamental de la República de Colombia, exclamó emocionado y respaldado por los diputados y las barras: “La República de Colombia está constituida. ¡Viva la República de Colombia!”. Fueron elegidos Bolívar Presidente, Zea presidente del Congreso y Vicepresidente encargado, por el Virreinato de la Nueva Granada, Santander Vicepresidente, y por la Capitanía General de Venezuela, Juan Germán Roscio. Además, se dispuso que Bolívar llevara el título de “Libertador de Colombia”.
Entre las acciones para la recuperación por parte de los patriotas de Santa Marta y Cartagena y del sur, hasta Pasto, se realiza en Cúcuta el Congreso para ratificar la Ley Fundamental de Angostura y la expedición de la Constitución de la República. Se aprobó una constitución centralista que estableció el sistema unitario “como único capaz de salvar la nación de la anarquía, rodeándola de la fuerza y el prestigio que le faltaron en los comienzos de su vida política”, a pesar incluso de una propuesta de Nariño, viejo centralista, que creía en la oportunidad de crear un modelo federativo. Luego viene la campaña libertadora a Venezuela que se sella con la victoria de Carabobo en junio de 1821. Sigue la toma de Cartagena, la independencia de Panamá y la Campaña del Sur, hasta la batalla de Bomboná en 1822.
Los patriotas comandados por Sucre, en Pichincha, liberan a Guayaquil, lo que genera que las provincias de Quito, Cuenca y Loja se unan a Colombia, como departamento de Ecuador. Más adelante, Sucre gana la Batalla de Ayacucho liberando al Perú (1824), se crea Bolivia, como República de Bolívar (1825), en homenaje al Libertador.
Mientras, Santander gobernaba desde Santa Fe, como vicepresidente, entre 1819 y 1826. La misión encargada por Bolívar era fundamentalmente de carácter militar, pues debía proveer al ejército libertador de hombres, bienes y pertrechos para la campaña, junto con acciones que debía realizar de organización del gobierno civil, la hacienda y las relaciones internacionales. Poco a poco iba creciendo un antagonismo de Santander con Bolívar, que a la postre generaría severas consecuencias. En 1826, José Antonio Páez, desde Venezuela, se declara en franca rebeldía y le propone a Bolívar que se constituya en monarca de la Gran Colombia.
En el curso de quince años de la guerra emancipadora, se generaron una serie de jefes y caudillos que luego seguirían gravitando en la vida nacional por mucho tiempo y provocarían inmensos males durante el siglo diecinueve. Bolívar lo describe de manera clara, en sus memorias a Perú de la Croix: “En los primeros años de la independencia se buscaban hombres, y el primer mérito era ser valiente; de todas las clases eran buenos con tal que peleasen con brío. A nadie se podía recompensar con dinero, porque no había; sólo se podían dar grados militares para estimular el entusiasmo y premiar la hazaña. Así es que hombres de todas las castas se hallan hoy entre nuestros generales, jefes y oficiales, y la mayor parte de ellos no tiene otro mérito sino el valor brutal, que ha sido tan útil a la república, haber matado muchos españoles y haberse hecho temibles. Negros, mulatos, blancos, hombres de todas las clases que, en el día, en medio de la paz, son un obstáculo para el orden y la tranquilidad; pero fue un mal necesario”, reconoce Bolívar y, de hecho, fueron un obstáculo para el orden y la tranquilidad todo el resto de ese siglo.
En la fallida Convención de Ocaña, que se convocó para el 2 de marzo de 1828 y que solamente se instaló un mes largo después, afloraron las rencillas, los odios personales y las posturas irreconciliables. De un lado, el proyecto santanderista antibolivariano, era de tendencia federal y orientado al debilitamiento del gobierno. El otro, era centralista y abogaba por el robustecimiento del ejecutivo, que además actuaría como colegislador. Después de dos meses de debates, los partidarios de Bolívar abandonaron la Convención, desintegrando el quorum. Se cumplió la previsión del Libertador de casi un año antes, cuando afirmó que “La Gran Convención de Colombia será un certamen, o para hablar más claro, una arena de atletas: las pasiones serán las guías, y los males de Colombia el resultado”.
Bolívar, entonces debió asumir el gobierno supremo y en junio expidió el Decreto orgánico de la Dictadura en septiembre de 1828. Un mes más tarde se produciría el intento de asesinato al Libertador, en la llamada nefanda Noche Septembrina. Vinieron las retaliaciones, penas de muerte, cadenas perpetuas y destierro a los conspiradores, incluido Santander, quien había sido perseguido por la conspiración contra Bolívar.
Luego, guerra con el Perú, que no estaba contento con la anexión que se había hecho de Guayaquil en el año 22. José María Obando y José Hilario López promovían la rebeldía y en octubre del 28 se adueñaron de Popayán. Por su parte, José María Córdoba se rebela contra el gobierno y, en septiembre del 29 se adueña de Medellín, lo que al final le costaría la vida en la refriega de El Santuario.
Bolívar regresa del Sur donde había firmado, en Quito, un tratado definitivo de paz. Instala el Congreso Admirable que expidió la Constitución de 1830, y que pretendía ser un acuerdo entre bolivarianos anti-bolivarianos, federalistas, centralistas, autoritarios y liberales, pero que no logró amalgamar los tres Estados de la gran República (Nueva Granada, Venezuela y Quito), y ni si quera sirvió de brújula para la Nueva Granada. Entonces, Bolívar anunció su retiro definitivo del mando e incluso del territorio neogranadino.
Vinieron nuevamente la anarquía y el caos. Joaquín Mosquera fue elegido presidente, gracias a la violenta presión de las barras, en vez del amigo de Bolívar Eusebio María Canabal. Cuatro meses después, Mosquera cedió el cargo al general Caicedo. La rebelión de Venezuela seguía en pie; de nuevo Ecuador y Pasto y, varias provincias se niegan a firmar la constitución y, menos, acatarla. Es asesinado Sucre; Bolívar abandona la capital rumbo a Santa Marta, donde siete meses después habría de fallecer. Al salir, vestido de civil, con sombrero de jipa y envuelto en una manta, en las calles aparecen graffitis en su contra y algunos le gritan ¡Longaniza!, el apodo que le tenían.
  1. Forcejeos caudillistas (1830-1863)

En este período se dan constituciones que, a pesar de ser en esencia centralistas, en medio de refriegas y batallas, hacen algunas concesiones a las provincias, aunque cada uno que se apoderaba del gobierno intentó, por lo regular, excluir y extirpar al otro bando. Poco a poco, los del bando federal fueron ganando terreno hasta consolidarlo definitivamente. Se cumplió el anuncio de Bolívar de los males a la República generados por caudillos militares de toda suerte, que duraron hasta comienzos del siglo veinte y que, de alguna, manera imprimieron un estilo de gobernar autocrático y excluyente todavía en boga.
Después de la disolución de la Gran Colombia, la Nueva Granada debía intentar restablecer la legalidad, expedir una nueva Constitución y definir sus límites territoriales. En la Convención de 1831, luego de las disputas entre liberales moderados y liberales exaltados o draconianos, pasadas 17 votaciones, fue elegido vicepresidente provisional José María Obando, y fueron destituidos muchos servidores públicos que habían trabajado con Bolívar y Urdaneta. Se decretó la rehabilitación de Santander en sus grados y honores. La Constitución del 32 constituyó el Estado de la Nueva Granada, en un régimen que podría llamarse mixto, en la medida que siendo centralista le da algún poder a las provincias y los municipios en detrimento del ejecutivo nacional.
Santander regresó, asumió la presidencia (1833-37) y debió enfrentar varios intentos de derrocarlo, reprimiendo con mano fuerte a sus adversarios. En 1835 consigue el reconocimiento del Papa la independencia de la Nueva Granada, a cambio de la provisión de sillas episcopales de candidatos presentados por el gobierno, sellando la unión con la Santa Sede.
Desde ese momento se estableció una alianza entre el poder civil y el eclesiástico, que luego en el período federal generará tremendos líos por la expulsión de los jesuitas y, con la Regeneración de Núñez, vía Concordato, convierte la religión católica en la oficial del país y prácticamente le entrega el control total de la educación. Rojas Garrido que afirma “el pueblo no lee, pero sí oye sermones” y fueron las homilías las que moldearon desde entonces las instituciones económicas y políticas del siglo XX, con un modelo jerárquico, verticalista y que promovió un espíritu de sumisión al poder político y religioso.
Colombia, a diferencia del resto de países latinoamericanos a fines del siglo XIX, no sigue la misma tendencia de construcción estatal y nacional liberal con la formación de sociedades laicas, sino en el desarrollo de una sociedad conservadora, prehispánica y católica. Los opositores liberales fueron excluidos del poder político, la Iglesia fue definida como elemento central del orden social, se le entregó el control de la educación y grandes territorios para ‘evangelizar salvajes’ donde ejerció el papel de Estado, agrega el historiador Rojas Garrido.
Quizás ello explique las conclusiones del antropólogo e investigador holandés Geert Hofstedei, quien, en un estudio de más de 70 países del mundo sobre seis dimensiones de la cultura, ha encontrado para Colombia, entre otros, los siguientes rasgos: Distancia al poder, aceptación del mando, 67 puntos de cien; Evasión de la incertidumbre, 80; orientación al largo plazo, 13%. Individualismo 13; Masculinidad 64; Indulgencia 83.
Ese estudio se podría retratar en el texto del Nobel García Márques en la Proclama del “Documento de los Sabios”, cuando afirma: “En cada uno de nosotros cohabitan de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Amamos a los perros, tapizamos de rosas el mundo, morimos de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis especies animales cada hora del día y de la noche por la devastación criminal de los bosques tropicales, y nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de los grandes ríos del planeta. Nos indigna la mala imagen del país, pero no nos atrevemos a admitir que la realidad es peor. Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y de asesinatos dementes, de funerales jubilosos y de parrandas mortales. No porque seamos buenos y otros malos, sino porque participamos de ambos extremos. Llegado el caso -y Dios nos libre- todos somos capaces de todo”ii
En 1839 Obando lideró una revuelta desde Pasto que se extendió por todo el país, y que duró hasta 1842. El gobernador del Socorro proclamó la soberanía de la provincia; el jefe militar de Cartagena adhirió al movimiento, al igual que el gobernador de Mariquita; un general Carmona, venezolano, se apoderó de Santa Marta; el coronel Reyes, ocupó Tunja, y otro más se apoderó de Medellín. En el entretanto, Santander falleció en mayo de 1840.
Bajo el gobierno de Herrán, luego de superadas las revueltas, se expide en 1843 una nueva constitución, que refuerza el poder del ejecutivo y elimina las facultades que habían conquistado las provincias, siendo calificada de monárquica por los partidarios de la Constitución del 32. Para suceder a Herrán, (1845-49) se escogió a Tomás Cipriano de Mosquera, como un militar que fuera capaz de imponer el orden, quien ejerció la presidencia por tres períodos diferentes. Ante la posterior impopularidad de Mosquera por su espíritu autocrático, se crea la Sociedad democrática de artesanos, que terminó convertida en batallón.
En ese contexto aparecen los partidos liberal y conservador, que recogen los distintos bandos. De un lado los liberales que se declaran santanderistas y los otros, bolivarianos. Además de las disputas federalistas y centralistas, con los partidos se matriculan las diferencias religiosas, especialmente en relación con la presencia de los jesuitas. El partido liberal se tornó anticlerical y, el conservador defensor de la fe católica, en dos posturas irreconciliables que permearon el desarrollo político, social y cultural del país.
El partido conservador, accede al gobierno, integrado por antiguos bolivaristas, liberales moderados y algunos exfuncionarios del gobierno de Márquez. El partido liberal, por su parte, agrupó los revolucionarios del año 39 y los radicales o exaltados.
Para la sucesión presidencial del 49, los conservadores tuvieron una profunda división entre sus dos candidatos y, los liberales ganaron con el general José Hilario López. Aunque en primera instancia no alcanzaron a obtener la mayoría absoluta de los 1.702 votos de las asambleas electorales, por lo que debieron ir a votación en el congreso la que se desarrolló bajo presión violenta de las barras compuestas de artesanos y estudiantes, que invadieron el recinto entre los cuáles había agitadores puñal en mano. Mariano Ospina, vicepresidente del congreso afirmó: “Voto por el general José Hilario López para que los diputados no sean asesinados”.
En el gobierno de López se abolió la esclavitud, se declaró absoluta libertad de prensa y se expulsó a los jesuitas del país. Se inició el bandolerismo, con las sociedades democráticas de origen liberal en las provincias, frente a la sociedad popular, de los conservadores, en la capital, que significaron el triunfo del tumulto. Series de pandillas impusieron el terror en los campos, atentados contra la propiedad, y toda suerte de crímenes que algunos calificaban de “retozos democráticos”. Como reacción, se produjo la revolución conservadora de 1851.
Todo concluyó en una nueva reforma constitucional que incluyó la separación de la Iglesia y el Estado. Ahí, de nuevo, fueron los liberales los que se dividieron profundamente entre los Gólgotas -después llamados Radicales, reformistas, enemigos de la violencia y amigos de la reconciliación con los vencidos. De otro lado, estaban los Draconianos, liderados por el general Obando.
El General Obando, de guerrillero promotor de la causa realista, se pasó al bando de Bolívar, después resultó aliado de los peruanos. Disuelta la Gran Colombia, aparece como Secretario de Guerra, vicepresidente en ejercicio, se dice de él que: no eran notables sus talentos y carecía de ilustración, pero que tenía aires de persona distinguida con una conversación alegre y discreta.
A Obando quien sólo dura un año como presidente, le corresponde firmar la Constitución de 1853 -herencia del gobierno López-, que revisa las posturas de dos anteriores constituciones promovidas por liberales, las del 32 y del 43, y se decide por un diseño más federal. Se introduce el debilitamiento del ejecutivo nacional, cada provincia se puede dar su propia constitución, se declara oficialmente la separación entre la Iglesia y el Estado, se establece el sufragio universal, se suprimen los requisitos para ocupar cargos públicos y se establece la libertad de prensa ilimitada. Se mantuvo sin control el desorden y los ataques de las sociedades democráticas, así como las agresiones a miembros del congreso.
En 1954, el general José María Melo, produjo una sublevación y asumió el poder dictatorial, que duró siete meses, disolviendo el congreso. Entonces se unieron los jefes de todos los partidos para restablecer la legalidad, en torno de la Unión por la Legitimidad y depusieron a Obando, se juntaron los dirigentes políticos como lo harían un siglo después para deponer a Rojas Pinilla. Por fin las aguas parecían empezar a calmarse y afloraba algún atisbo de racionalidad política. Ahí estuvieron Herrán, López, Mosquera, Mariano y Pastor Ospina, Braulio Henao, Joaquín parís, Julio Arboleda, Francisco de Paula Vélez, entre otros.
En 1855 se elige presidente al abogado conservador Manuel María Mallarino, primer presidente que no tenía origen militar, quien declaró gobernar sin privilegiar los intereses de ningún partido y nombró un gabinete paritario, mitad liberal, la otra mitad conservador. Se crearon los estados de Panamá y Antioquia y se abrió camino a la creación de Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Bolívar y Santander.
Mariano Ospina Rodríguez, asume en 1857 y nombra un gabinete homogéneo conservador, autoriza el regreso de los jesuitas y afronta una serie de guerras civiles en los estados. El régimen era centralista, pero se habían constituido ya una serie de estados federados y se exigía una nueva reforma. Los conservadores en el poder con mayoría en las cámaras, para mantener la paz y unidad nacional, optaron por apoyar la opción contraria a su doctrina, y Ospina sancionó en mayo de 1858 la nueva Carta de la Confederación Granadina. A pesar de ello, Mosquera que lidera el Cauca, rompe relaciones con el gobierno central y le siguen Bolívar, Magdalena y Santander.
Mosquera asume un gobierno provisional y dictatorial, haciendo fusilar a algunos de los dirigentes del gobierno y otros son enviados a las cárceles de Bocachica. Nuevamente expulsa a los jesuitas, confirma la creación del estado del Tolima, crea el Distrito federal de Bogotá. Enfrenta a los legitimistas y ocupa el estado de Antioquia, último baluarte de la Confederación Granadina.
  1. El federalismo (1863-1886)

El general Mosquea, al eliminar toda resistencia, queda dueño del gobierno y con él del partido liberal, a pesar de sus divisiones internas. Mosquera ejercía como presidente de la República, presidente de Antioquia y Tolima, supremo director de guerra y convencionista. Se convocó la Convención de Rionegro, obra de un solo partido, para redactar una nueva constitución, en la que se promovió la bandera de la soberanía de los estados; se eliminó el nombre de Dios, y se estableció la inspección de cultos al poder secular, el ejecutivo nacional se elegiría a partir de la votación de los estados.
Las luchas se trasladaron a las regiones de modo que, durante los 23 años de vigencia, hubo dos revoluciones generales y más de 40 en los Estados. Panamá, Cundinamarca y Antioquia tuvieron tantas constituciones como gobiernos, 7, 6 y 12, respectivamente.
Luego de Mosquera, ejerció la presidencia el abogado Manuel Murillo Toro, quien ofreció a Costa Rica grandes extensiones limítrofes, con el argumento de que “El gobierno colombiano da menor importancia a la posesión de algunas leguas de terreno, que a la sanción de principios que, asimilando los dos países en su manera de ser, estrechen las relaciones y contribuyan a formar esa alianza, que tanto deseamos”, según nota enviada al gobierno Tico.
Volvió Mosquera, en 1866, llevó la guerra a Panamá y disolvió el congreso, siendo luego apresado y destituido.
Ya sobre 1872 se hablaba del Sapismo, un grupo liberal que ganaba elecciones en Cundinamarca, e influía hasta en las decisiones judiciales. Con Murillo Toro se apoderó del gobierno el Olimpo Radical, en contra de los independientes. En 1876 fue elegido el militar y comerciante Aquileo Parra, quien debió afrontar una de las más sangrientas revoluciones, que duró once meses y se había regado por casi todo el territorio, Cauca, Antioquia, Tolima, Cundinamarca, Boyacá y Santander.
En 1878 asume Julián Trujillo. Rafael Núñez como presidente del congreso, pidió una política diferente: regeneración administrativa fundamental, o catástrofe. Se profundizó la división entre independientes y radicales, y en 1880 asume Núñez la presidencia, restableciendo las relaciones con España en 1881, país que reconoció entonces la independencia de Colombia.
Núñez regresa en 1884 luego de gran agitación política, gracias a una alianza entre los conservadores y los independientes. A lo que siguió una revolución promovida por los radicales. El Olimpo Radical optó por la guerra, mientras que los conservadores e independientes apoyaron al gobierno. La revolución fue mayor en Antioquia, Boyacá, Tolima, Cauca y Santander. Luego de varias batallas, las tropas del gobierno ganan en el combate naval de La Humareda, a partir de lo cual recuperan el control de la navegación por el río Magdalena, hasta la Capitulación de Los Guamos.
Derrotados los revolucionarios, cayó el sistema federal dando paso a la Regeneración, y la declaración del presidente “Señores, la Constitución de 1863 ha dejado de existir”. No sólo desapareció la constitución del 63, sino que quedó desterrada cualquier opción federal, dando paso a un régimen centralista y presidencialista que aún sigue rigiendo luego de más de 130 años.
  1. La Regeneración de Núñez

Establecida la constitución del 86, caído el radicalismo, se constituye el partido Nacional, integrado por liberales independientes y conservadores. Siguieron algunos gobiernos, que se alternaron para mantener la paz, hasta que en 1891 afloraron divisiones en los partidos, que enrarecieron el clima político de nuevo. Algunos independientes volvieron al partido liberal y otros se quedaron definitivamente en el conservador, partido que se dividió a su vez entre Históricos y Nacionalistas. Estos últimos aceptaban hacer concesiones al liberalismo, en tanto que los llamados históricos afirmaban conservar los principios más puros del conservatismo.
En medio de la alta agitación política, el vicepresidente Miguel Antonio Caro asumió el control del gobierno, hizo uso de facultades extraordinarias, reprimió fuertemente la prensa, y luego de descubrir una conspiración, produjo confinamientos y destierros. La situación se tornó insostenible hasta que estalló la revolución de 1895, a causa del descontento liberal por la hegemonía del gobierno. En enero fracasó una nueva conspiración y una revuelta que duró dos meses, cuando fue nombrado Rafael Reyes como jefe del ejército.
Marroquín asume el gobierno en 1898 para remplazar a Sanclemente, quien por su avanzada edad no podía gobernar. Marroquín se propuso hacer un gobierno ampliamente conciliador, lo que desató la reacción de los nacionalistas y provocó una profunda división entre los conservadores. Los liberales liderados por Uribe Uribe promovieron una nueva revolución que inició en Santander y la Costa y que duró tres años, hasta 1902, la llamada Guerra de los mil días, que terminó con los tratados de Nederlandia, Winsconsin, y Chinácota. Se estima que hubo más de 200 combates y murieron cerca de 100 mil hombres.
En esas circunstancias, se produjo la separación de Panamá, estimulada por los secesionistas y apoyada por los norteamericanos, por la cual el gobierno de Colombia recibió 25 millones dólares, a modo de compensación por parte de los norteamericanos.
En 1904 asume el general Rafael Reyes, quien en 1908 modificó la división territorial creando 38 departamentos, promovió la ley de las minorías que les dio representación en los cuerpos colegiados del país. En 1905 había prescindido del congreso, sustituyéndolo por una Asamblea Nacional. Entre 1909 y 1910, asume Ramón González Valencia y en su gobierno desaparecen los departamentos de Caldas, Huila, Nariño y Valle del Cauca; se restableció Atlántico y se creó Norte de Santander.
Carlos E. Restrepo como presidente, entre 1910 y 1914, realiza un gobierno mixto, reuniendo miembros de los partidos tradicionales en uno nuevo llamado partido Republicano, que rápidamente desapareció. En esa misma política de conciliación le siguieron José Vicente Concha, Marco Fidel Suárez, Jorge Holguín, Pedro Nel Ospina y Miguel Abadía Méndez, hasta 1930, cuando se termina lo que se ha denominado la hegemonía conservadora, quienes entregan en forma pacífica el mando al liberal Enrique Olaya herrera.
En 1923 Pedro Nel Ospina había contratado la Misión Kemmerer, que llegó con ideas fijas basadas en las recientemente adoptadas en Estados Unidos y Europa, de la cual surgió el Banco de la República, como banco central y el establecimiento del patrón oro, con lo cual el país se insertaba en la tendencia moderna del manejo de las finanzas, al influjo nortemericano.
Ya con la doctrina Monroe de 1823, se había inaugurado un tipo de relación entre Estados Unidos y los países latinoamericas. Con la expesión “América para los americanos” y la notificación a Europa de que ningun país de continente americano podría ser convertido en colonia, los nortemericanos convertirían la región en lo que se ha denominado como una especie de patio trasero.
Las diez variantes de la Doctrina de Seguridad Nacional de los Estados Unidosiii, de hecho, han afectado a Colombia y el resto de Latinoemérica. Así, la doctrina de 1898, de Puertas abiertas, permitió que Estados Unidos interviniera en la indepedencia de Panamá, y desde ahí matuvieram una influencia permanente en la politica colombiana, que algunos han entendido oscilante entre la subordinación y el pragmatismo.
Olaya a partir de 1930, hizo un gobierno mixto y algunas reformas para afrontar la crisis generalizada por la depresión del 29, pero mantuvo intacta la constitución del 86 y se abstuvo de tocar el tema religioso. Vino entonces Alfonso López promoviendo la recuperación del ideario liberal, con un gabinete homogéneo de su partido, ante el retiro conservador. Impulsó la reforma constitucional del 36, que derogó el reconocimiento de la religión católica como la de la nación, estableció el sufragio universal, otorgó a la mujer la capacidad de ejercer cargos públicos, estableció el derecho de huelga, fortaleció el ejecutivo delegando algunas funciones a los gobernadores y estableció el intervencionismo de Estado en la economía.
En su segundo período, López Pumarejo no pudo mantener el apoyo de su partido. En julio de 1944 se produjo un golpe de estado, asumiendo el poder Darío Echandía, y se realiza una nueva reforma constitucional en 1945, que reforzó el poder ejecutivo. Asumió entonces la presidencia Alberto Lleras Camargo, quien se declara presidente de todos los colombianos y no como hombre de partido.
El liberalismo estaba profundamente dividido entre las candidaturas de Gabriel Turbay y Jorge Eliecer Gaitán. Entonces los conservadores bajo una plataforma de Unión Nacional postulan a Mariano Ospina Pérez, quien terminó ganando las elecciones. Se inició el llamado bandolerismo, a partir del 9 de abril de 1948, cuando fue asesinado en Bogotá el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, que generó una serie de levanyamientos como el llamado “Bogotazo” y a partir de lo cual empeizan a aparecer movimientos bandoleros en distintas partes del país.
Ospina estableció su gabinete ministerial con representantes de ambos partidos por mitad, igual que por mitad designó gobernaciones y alcaldías, a pesar de los cual los liberales rompieron la unión dos veces. Ante la zozobra por los alzamientos, se prolongó el estado de sitio por ocho meses para apaciguar el país. Los liberales lanzaron una dura oposición y se adelantaron las elecciones siete meses. Bajo el estado de sitio se suspendieron las sesiones del congreso. El partido liberal decretó abstención y fue elegido Laureano Gómez.
De los cuatro años del período, Gómez estuvo al frente del gobierno 15 meses y su Designado, Urdaneta, ejerció 19 meses, debido a quebrantos de salud del titular. Su gabinete fue homogéneo conservador y se mantuvo casi todo el período bajo estado de sitio. El Designado ofreció amnistía a los alzados en armas a lo que respondieron algunos grupos. El congreso expidió un Acto Legislativo que entregó a una Asamblea Nacional Constituyente la reforma de la constitución. El 13 de junio de 1953 Gómez reasumió el mando y relevó al comandante de las Fuerzas Armadas. Esa misma noche, el teniente general Gustavo Rojas informó al país que las Fuerzas Armadas se hacían cargo del gobierno, consiguiendo el apoyo de los liberales y de un sector conservador.
Rojas Pinilla provocó una crisis de la Corte Suprema y cambió la nómina de magistrados. La Constituyente se instaló y posesionó al general Rojas como jefe de Estado. Luego, ante una fuerte presión de un movimiento cívico de los partidos tradicionales, en la madrugada del 10 de mayo de 1957, a causa de la muerte de algunos estudiantes en Bogotá y Cali, participantes en protestas contra el gobierno, Rojas entregó el poder a una Junta Militar escogida por el mismo Rojas.
La Junta gobernó 16 meses, hasta que, en la reforma plebiscitaria de diciembre de 1957, se adoptó el llamado Frente Nacional.
  1. El Frente Nacional

Como resultado de los pactos de Sitges y Benidorm, entre Alberto Lleras y Laureano Gómez, se pactó el Frente Nacional, una tregua entre los partidos, por el que cesa la lucha por el poder y se acuerda que habría presidentes alternativos de cada partido durante cuatro períodos; se acuerda la paridad entre liberales y conservadores por 16 años en el congreso, asambleas y concejos; paridad en los ministerios, gobernaciones y alcaldías; paridad en la integración de la Corte Suprema y el Consejo de Estado; paridad en la designación de funcionarios y empleados públicos. Todo ello avalado por el plebiscito de 1957.
En desarrollo de ese acuerdo, en 1958 es elegido por abrumadora mayoría el liberal Alberto Lleras Camargo. Le siguió el conservador Guillermo León Valencia, a quien remplazó Carlos Lleras Restrepo (liberal), para terminar en 1974 con Misael Pastrana Borrero (Conservador), ganador en una discutida elección, pues el general Rojas Pinilla se había presentado como candidato alternativo por su partido Anapo.
La regla fue tan milimétricamente perfecta que se bajaron los ánimos partidistas y, poco a poco fue desapareciendo la disputa por el poder entre los partidos, se diluyeron los símbolos de las banderas roja y azul que representaban a liberales y conservadores, respectivamente, y la violencia política se redujo ostensiblemente, ya los dirigentes no llamaron a revueltas y los ciudadanos dejaron de matarse por un color partidista.
La repartición por mitades, que en general fue implementada y respetada por los cuatro gobiernos desestimuló la competencia política y fortaleció la burocracia, basada en asignaciones partidistas, independientemente de las capacidades y competencias para el desempeño de los cargos. Además, eliminó la necesidad de los partidos de diferenciarse y presentar propuestas alternativas en las campañas. De alguna manera, desapareció la política, en el sentido adversarial y competitivo por el poder y los partidos se acostumbraron a las mieles de la burocracia y el uso de los recursos de la hacienda pública, prácticamente sin necesidad de esfuerzo alguno.
Con el Frente Nacional se instauró lo que se denomina la partidocracia, por la cual los cargos en el sector público y los contratos se entregan “a dedo” a los militantes, seguidores y dirigentes de los partidos, sin contar sus calidades y competencias.
En Colombia nunca se construyó un servicio público profesional basado en la meritocracia, pues a pesar de haberse reglamentado, cuando se realizan procesos, sobre todo para cargos clave, estos se amañan para que resulte designado quien cuenta con la recomendación del jefe político de turno, o incluso escoger a alguno que no ganó o que ni siquiera figuraba en el concurso.
Igual, el sistema de contratación por muy técnico y moderno que aparezca sobre el papel, ha sido convertido en rey de burlas al que le introducen toda surte de triquiñuelas y trampas en su aplicación, haciendo ejercicio de aquel viejo aforismo popular que afirma que, hecha la ley hecha la trampa, y que queda perfecto en una sociedad en la que como decía el exalcalde de Bogotá, Antanas Mockus, “todo vale”. Hasta el servicio diplomático carece de toda seriedad. Por ejemplo, se informaba que en España había habido en 30 años un embajador distinto cada año y medioiv, situación que en los años recientes no ha cambiado sustancialmente.
Después del Frente Nacional, el partido liberal que desde el 36 había impulsado algunas políticas sociales en beneficio de los sindicatos y otros sectores, se posicionó en las ciudades, mientras que los conservadores mantuvieron su fuerza en los municipios más agrícolas. Ante el influjo de la migración urbana, los liberales se hicieron electoralmente más fuertes en las grandes ciudades obteniendo resultados favorables.
De hecho, de 11 periodos posteriores al Frente Nacional hasta ahora, nueve de ellos fueron ganados por los liberales y, sólo dos por los conservadores. López Michelsen, Liberal (1974-1978); Julio César Turbay, Liberal (1978-1982); Belisario Betancur, Conservador (1982-1986); Virgilio Barco, Liberal (1986-1990); César Gaviria, Liberal (1990-1994); Ernesto Samper, Liberal (1994-1998); Andrés Pastrana, Conservador (1998-2002); Álvaro Uribe, independiente de origen liberal, dos períodos (2002-2006 /2006-2010); Juan Manuel Santos, Liberal, en coalición de varios partidos, dos períodos (2010-2014 / 2014-2018).
Después del Frente Nacional se dio un fuerte impulso a la descentralización, por vía de la elección popular de alcaldes y la transferencia de recursos y funciones a los gobernantes municipales, que sin el debido monitoreo y control, generaron una tremenda crisis fiscal que obligó a retroceder, al punto que hoy en día, si bien hay una relativa descentralización fiscal, el centralismo volvió a ser la norma, al punto que la gran inversión está controlada por el gobierno nacional.
En términos políticos, una vez pasado el Frente Nacional y ante la demanda de la burocracia y la creciente población urbana, se desarrolló en el país un fuerte clientelismo político que degeneró en corrupción y compra de votos en importantes zonas del país, lo que, de alguna manera, también eliminó la necesidad hacer propuestas de cambio efectivas para el desarrollo nacional y cuando estas se hicieron, no pasaron de ser meros discursos de campaña electoral, sin cumplimiento efectivo en el ejercicio del gobierno.
Igualmente, desde la misma época, se dio un auge en el negocio de la droga, en el que los narcotraficantes colombianos pasaron de ser comerciantes a apoderarse de toda la cadena de valor del negocio. Cultivaron en forma intensiva la marihuana y la coca, montaron laboratorios para producir cocaína, en alianza con narcotraficantes norteamericanos las exportaron a Estados Unidos y Europa, movieron el negocio de blanqueo de dineros, e incluso entraron en pequeña proporción al negocio de venta al detal a los consumidores.
El economista investigador Eduardo Sáenz Rovnerv resume parte de este desarrollo, al afirmar que “entre los 70 y 80, uno encuentra una actividad displicente por parte del presidente Alfonso López Michelsen. Durante su gobierno se fortalecieron económica y políticamente los narcotraficantes colombianos. Para López el problema era de los “gringos”… La mala imagen era un reflejo de la realidad. La repatriación de capitales sin preguntar por sus orígenes y conocida como la ventanilla siniestra, fue una lavandería oficial establecida por el gobierno.”
Agrega que “Julio César Turbay como presidente no tuvo más remedio que militarizar La Guajira y capturar cultivadores y mulas. Sin embargo, no se metió con los narcotraficantes samarios como los Dávila, quienes acopiaban la producción de marihuana y la enviaban a Estados Unidos. La campaña militar de Turbay capturó peces chicos colombianos, así como jóvenes mulas norteamericanas. Mientras tanto, la exportación de cocaína se seguía consolidando”.
Por su parte, el embajador norteamericano Diego Asencio (1978), afirmó que “Sería fácil concluir… que quizás ambos caballeros (Turbay Ayala y Lleras Restrepo) son unos pícaros y que estaríamos en problemas con quien quiera que gane [la elección a la Presidencia]. Sin embargo, parece más probable que el medio social y político de Colombia ha llegado a un punto tal que es virtualmente imposible organizar un grupo político que no contenga elementos asociados con los traficantes”.
Los inmensos volúmenes de dinero generaron en muchos sectores de la juventud una cultura del enriquecimiento rápido y a como de lugar, construyeron carteles que manejaron casi la totalidad del negocio, se introdujeron en la política y financiaron campañas, corrompieron la administración de justicia, estimularon el contrabando, patrocinaron grupos armados de la guerrilla y paramilitares, participaron en toda suerte de negocios y empresas, en fin, terminaron generando una cultura mafiosa en muchas áreas de la vida nacional, por la cual se crean carteles de toda suerte y grupos cerrados para apoderarse de sectores de negocios, lícitos e ilícitos y expulsar a quien se les interponga.
La conducta mafiosa colombiana aprendió incluso que es más económico y menos alarmante que asesinar al oponente, liquidarlo por la vía de inventarle procesos judiciales y escándalos mediáticos para sacarlos de en medio. En mi artículo Qué tan mafiosos nos volvimosvi, muestro el proceso clientelismo, corrupción, cultura mafiosa que describe Caciagli y que se puede palpar en el desarrollo del país desde los años sesentas.
En esta misma fase post Frente Nacional, se dieron los momentos de auge de las guerrillas colombianas, en especial en los últimos veinte años, cuando que aparecen directamente vinculadas a las bonanzas de la droga, como lo demuestra James D. Henderson en su obra Víctima de la globalización. De hecho, una vez perseguidos y desmantelados los carteles de Medellín y Cali, la guerrilla de las FARC se quedó con el negocio, al punto que, se califica a esta organización como el cartel de cocaína más grande del mundovii.
El desatino en la construcción del país ha sido tal, que incluso las guerrillas que, siguiendo el modelo cubano de los años sesentas, pretendían acabar con las oligarquías y entregar el poder al pueblo, después de más de medio siglo de asesinatos, secuestros, terrorismo, reclutamiento de niños, siembra de minas antipersonas, voladuras de infraestructura, terminaron enredadas en narcotráfico y otros negocios oscuros, todo supuestamente con fundamento en la rebelión contra el sistema. Lo que es incontrastable es que después de casi 60 años de su accionar, hay no hay una sola política pública, ni reivindicación social o laboral, o proyecto o municipio exitoso, que se pueda atribuir a su acción. Gran fracaso e incluso frustración para generaciones que en los años sesenta y setenta creían en el sueño revolucionario.
Además, en ese proceso de desarrollo post-Frente Nacional, se genera la enorme violencia adicional que significó la lucha del Estado contra los carteles de la droga, lo que ha representado un enorme costo en vidas y bienes de los ciudadanos, policías y soldados y que, a pesar de las políticas de fumigación y erradicación manual, en este gobierno, Colombia aparece hoy como el mayor cultivador de coca del mundo con más de 200 mil hectáreas sembradas.

7. Constitución del 91

El presidente César Gaviria, resulta elegido después de que el hijo de Galán, asesinado por la mafia, le entregara las banderas de la campaña. Se embarcó Gaviria en lo que denominó un revolcón institucional que implicó básicamente dos frentes, uno la reforma de la constitución y, dos, la apertura económica.
Se generó un mecanismo extralegal llamado la Séptima papeleta para convocar una constituyente, ante la imposibilidad de la vieja constitución del 86 de introducirle reformas. Hay quienes afirmaban que esa constitución estaba cerrada y trancada por dentro y habían botado la llave al mar. Y los intentos de reformarla por la vía congresional eran prácticamente imposibles.
Se instaló entonces una constituyente convocada para unos temas específicos y, vuelve y juega, la soberbia de los participantes, con exclusión del resto del país, se declararon soberanos y decidieron no reformar, sino hacer una nueva constitución. No había una fuerza mayoritaria que orientara el debate, sino tres grupos grandes que juntaban más de la mitad: los del M-19, movimiento exguerrillero que había hecho tránsito a la vida civil coordinado por Antonio Navarro, un sector conservador liderado por Álvaro Gómez, y un grupo de liberales comandados por el veterano político Horacio Serpa.
Había por lo menos tres agendas diferentes y tres visiones distintas sobre cómo arreglar el país. Los del M-19 tenían como propósito lo que llamaban la apertura democrática, que eliminó el bipartidismo y pasó al país a un multipartidismo abierto que produjo en los años siguientes más de 70 organizaciones políticas diferentes. El sector liderado por Gómez se preocupada por el problema de la justicia, promovía establecer el sistema acusatorio siguiendo el modelo norteamericano y la creación de una fuerte fiscalía como ente investigador, que después de los años no ha eliminado la impunidad. Los liberales por su parte, se propusieron la elección popular de gobernadores y en algún sentido estimular la descentralización. Ni una ni otra han representado, al final, cambios significativos o mejoras en las costumbres políticas del país. Claro, como ningún grupo tenía mayoría, debía negociar al menos con otro para que le apoyara sus iniciativas a cambio de la reciprocidad.
Se expidió la que han llamado más moderna y social constitución del país, que creó la democracia participativa, que establecía una serie de derecjs de participación,aunque por ejemplo, no ha sido posible nunca revocar un solo alcalde del país y, el reciente plebiscito el presidente Santos se lo pasó por la faja, para poner dos ejemplos de su inoperancia. Igual, se ha dicho que se cambió al Estado Social de Derecho con más de 70 artículos relativos a la garantía de los derechos, los cuales de manera escasa han sido desarrollados por vía legislativa para su efectiva concreción.
Prácticamente el único logro en beneficios sociales en salud y educación para el ciudadano común y corriente es lo que consiguen obtener mediante órdenes judiciales por vía de la tutela. Se creó la Corte Constitucional, el Consejo de la Judicatura y el Consejo Nacional Electoral, y entre tantos altos tribunales no hay una de cierre de los procesos, pues entre ellas pareciera haber una competencia a ver cuál es la que más manda.
Se inició con Gaviria un desmonte del tamaño del Estado, siguiendo los lineamientos del llamado Consenso de Washington, que a la larga generó un proceso de concentración de riqueza sin precedentes y que convirtió a Colombia en el segundo país más desigual de América Latina, por encima de Honduras, según estudios del BID de 2016viii, sólo 3 personas concentran la riqueza equivalente a los más de 20 millones de colombianos que se encuentran en la base de la pirámide, según informes de CEPALix, lo que significa que tres poderosos empresarios tienen una riqueza similar a la que juntaría prácticamente la mitad de la población colombiana.
Se trata de un modelo económico que profundizó, lo que se había iniciado con la puesta de todos los sectores productivos al servicio de un sistema financiero -a modo de esclavitud moderna-, como desde hace cuarenta años denunciara el economista Jorge Child, de la política instaurada por el entonces presidente López Michelsen, hasta convertir a los banqueros colombianos y unos pocos industriales y dueños de medios de comunicación en los más ricos del país.
Se crearon, igualmente con la Constitución del 91, una serie de “comisiones” nacionales con costosos burócratas en todas las áreas, de telecomunicaciones, TV, aguas, energía, cuya eficiencia y resultado ni en la reglamentación ni el control parecen servir a los propósitos nacionales.
Fue efectivamente un revolcón que, al final parece, como dice el viejo refrán, resultó peor el remedio que la enfermedad, pues generó muchas expectativas, pero los beneficios después de casi 30 años no se ven. Algunos se quejan de la enorme cantidad de reformas que ha sufrido, pero es lo menos ante el galimatías, una suerte de escultura surrealista o colcha de retazos que salió de ese ejercicio.
Y del tema económico, la apertura económica de Gaviria, según informes, quebró la agricultura y una serie de industrias en el país, ante la avalancha de productos venidos del exterior a mejores precios y no necesariamente de mejor calidad.
Afrontó Gaviria el desafío de la mafia dirigida por Pablo Escobar y Rodríguez Gacha con todo el terrorismo que desataron, pues los mafiosos preferian una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos, y se empeñaron en tumbar la extradición que, según abundantes informes de prensa, se habría logrado mediante la compra y/o amenaza a algunos de los constituyentes.
Para el período siguiente fue elegido Ernesto Samper, cuya campaña fue financiada con dineros del cartel de Cali, aunque el congreso lo declaró inocente. Desde tiempo atrás se decía que todas las campañas recibían dinero de la mafia, pero la gran diferencia con la de Samper es que, según cuentas la campaña costó alrededor de 11 millones de dólares y los hermanos Rodríguez Orejuela le habrían inyectado al menos nueve, lo que a todas luces determinaría que fue efectivamente elegido por el dinero de la mafia narcotraficante. Estados Unidos le revocó la visa al presidente. Samper, a pesar de su debilidad y baja gobernabilidad se comprometió a jugársela para quedarse en el poder hasta el último minuto de la última hora. Y así lo hizo, dejando descuadernar el país por toda suerte de aprovechadores y corruptos que se despacharon las instituciones como especies de feudos privados de los jefes políticos.
Andrés Pastrana puso en evidencia la infiltración de la mafia en la campaña Samper a través de los “narco-casetes” en los cuales se registraban conversaciones de los mafiosos que daban cuenta de los aportes de la mafia a la campaña de Samper, quien siempre alegó que si ello ocurrió fue a sus espaldas. Sin embargo, en un acto insólito, al estilo mafioso, el consejo de ministros y buena parte de los congresistas y medios de comunicación, cerraron filas entorno del presidente y declararon a Pastrana como traidor a la patria por sus denuncias.
Pastrana siguió su oposición y al final, cuatro años después, ganó la presidencia con una propuesta de paz, vía negociación con las Farc. Se comprometió jugarse hasta el último minuto de su mandato por la paz, pero las Farc no le funcionaron y terminó sin lograr ningún acuerdo. Sí, debió recuperar el país del descalabro económico consecuencia del desgobierno Samper y recuperar el prestigio internacional del país, hasta lograr el apoyo de los Estados Unidos con el Plan Colombia que permitió repotenciar y modernizar las fuerzas armadas y que, luego, le sirvió a Uribe para desarrollar su política, aunque Pastrana siempre se quejó de la falta de reconocimiento de Uribe a su gestión, en el mismo estilo que históricamente hemos visto a través de este relato.
Con Pastrana se inauguró una etapa en que las Farc terminaron siendo el tema central de las campañas presidenciales. Pastrana con la paz; Uribe ocho años, con el compromiso de darle duro a las Farc; Santos en el primer período de continuar la obra de Uribe, el que cambió una vez tomó posesión del cargo y, en el segundo período con el proceso de paz que desarrolló con esa orgaanización. Veinte años enfrascados en el tema, abandonando los demás problemas del país, que le hicieron creer a los colombianos que el principal problema del país eran las Farc. Esta política, estimuló que buena parte de la gente pensara con el deseo y que era preferible pagar el costo que fuera necesario para lograr la paz, en la esperanza de que se desapaecieran los otros probemas del país.
Uribe gobernó ocho años produciendo importantes bajas y daños a los militantes, dirigentes, infraestructura y comunicaciones de las Farc, recuperando importantes zonas del país, la casi eliminación total del secuestro y una importante entrega de militantes a las autoridades, con su política llamada Seguridad Democrática. Se supone que los logró reducir en al menos dos terceras partes y que no los pudo derrotar del todo porque la dirigencia se refugió en Venezuela y Ecuador. Su discurso antiguerrilla le sirvió para modificar la constitución y autorizar la relección, por lo que estuvo ocho años al frente del poder.
Uribe apoyó a Santos y determinó su triunfo en la segunda vuelta electoral. Santos una vez tomó posesión del cargo cambió la agenda con la que lo habían elegido, declaró a Chávez su “nuevo mejor amigo” y empezó a cuestionar y perseguir a Uribe y los miembros de su equipo, de quien en campaña pocos meses atrás había afirmado que se trataba del mejor presidente de Colombia después de Simón Bolívar.
Para el segundo período en un hecho sin precedentes en el mundo, el candidato presidente Santos ganó las elecciones en la segunda vuelta electoral, con el 51% de los votos, a pesar de que, apenas 20 días antes, en la primera vuelta había obtenido menos del 25% y que durante, al menos, diez meses anteriores todas las encuestas coincidían en que los colombianos no votarían por la reelección. Hubo conductas sospechosas de la campaña, como las acusaciones de reparto de dinero a los congresistas para asegurar su apoyo y trabajo de mover los votos, en una práctica que se denominó la entrega de la “mermelada”; hubo un terrorismo judicial desatado por el Fiscal general de la nación contra el candidato uribista, a quien amenazaba junto como su familia de librarles ordenes de captura por el tema de las “chuzadas” a los teléfonos de los negociadores de la paz que, hace pocos meses, casi cuatro años despues, un fallo determinó que no había ninguna vinculación de Zuluaga y su campaña con ese proceso.
También se desató una costosa y desaforada campaña mediática, al mejor estilo chavista, polarizando la opinión entre la idea que Santos era el candidato de la paz y, Zuluaga, el de la guerra. Al final, como nunca antes, en menos de media hora la autoridad electoral declaró amplio ganador a Santos, cuando en todos los casos siempre demoraba hasta cuatro y más horas. En fin, queda para los investigadores, averiguar dónde y cómo apareció esa avalancha de votos. Ahora, resultan acusaciones sospechosas de que la campaña habría recibido financiación corrupta de la reconocida firma constructora brasilera Odebrecht por un millón de dólares. En un artículo describí algunas características del gobierno Santos que denominé: La mentira como estilo de hacer políticax, en el que relato algunas de las peripecias verbales del presidente Santos y de su estilo, que dejan muy mal el prestigio del gobierno.
Lo que es difícil de entender, pero que parece corresponder a la lógica de gobernar este país, desde hace dos siglos, es hacer alianzas con unos y perseguir a otros como se vio en todo el relato histórico que se ha hecho, y que sigue vigente en la mentalidad de los “elegidos”. No es comprensible que se pueda ser tan generoso con criminales y bandidos que durante más de medio siglo le han causado tantos males al país, y se persiga con saña y se descalifique a quienes desde la vía democrática se oponen a las políticas del gobernante.
Así pues, en el siglo diecinueve, la norma fue la puja, alzamientos, revoluciones y los golpes de Estado por caudillos militares. Durante el siglo XX, los enfrentamientos entre los partidos y divisiones internas de cada partido, apoyadas por algún bando del otro partido, salvo contadas excepciones. Cuando un partido gobernaba, un bando del mismo se oponía a las políticas del gobierno y, en alianza con un sector del otro partido, producían la desestabilización, caída del gobierno e incluso alguna nueva reforma constitucional, ya no signada por posturas centralista versus federalista, sino por idearios partidistas y religiosos, incluso.
Desde el Frente Nacional se acabó la pugna partidista y se inició el clientelismo y, a partir de la Constitución del 91 se sumó el populismo social y de la paz. La política de los últimos 25 años está signada por el clientelismo y el populismo.

Para dónde vamos

Como se ha visto la historia política de país está marcada por pugnas y disputas por el poder, ambiciones personales, traiciones, las alianzas para atajar al adversario, rencillas individuales, divisiones partidarias, que jamás dieron tregua para pensar el país en términos de futuro estable y duradero, en términos de propósito de país.
Es un país que ha tenido ocho guerras civiles nacionales y más de 45 regionales; 16 constituciones, pues cada que llegaba alguien quería hacer una a la medida,. y en los tiempos modernos, al menos reformarla así fuera con el cambio de “un articulito” como se dijo para establecer la reelección de Uribe y que Santos hizo eliminar. Y ahora resulta que sus pretensiones son las de agregar un año más al período actual, introducir el voto obligatorio y hasta reducir de 18 a 16 años la edad de votar, en una nueva maniobra electoral, nada para cambiar las costumbres políticas del país sino para garantizar la elección de sucesor de bolsillo o amarrar a un eventual adversario que llegara.
Colombia es un país que ha tenido cinco nombres en su historia: La gran Colombia, 12 años (1819-1831); Nueva Granada, 29 años (1832 -1861); Confederación Granadina, 2 años (1862- 1863); Estados Unidos de Colombia, 23 años (1863-1886); República de Colombia ,122 años (1886-2008). Y, un país que no logra saber a ciencia cierta si su fiesta nacional es el 20 de julio o el 7 de agosto.
Como se ha podido apreciar en esta sintética revisión, Colombia ha sido manejada literalmente como una finca en la que cada mayordomo que llega se cree el dueño que puede imponer las reglas que quiere, hacer lo que le da la gana y aplastar a los opositores, y que puede dejar a su familia amigos y partidarios apoderados de algún pedazo de país para que lo manejen a su antojo.
Sin embargo, la cultura de la violencia, el clientelismo, la cultura mafiosa, no son una característica de los colombianos, como algunos insisten y quisieran convertir en verdad. Si referenciamos Richard Barret, autor del nuevo paradigma del liderazgo, la cultura de una organización es el reflejo de sus líderes, y vemos todos los días que los dos más prominentes dirigentes del país se mantienen ensartados en una riña permanente, y que quien pasa por el gobierno y el congreso amasa fortunas sin medida y abusa del poder, es un modelo perverso que los psicólogos llaman ejemplo vicario.
Es urgente enotnces reformar el sistema político inoperante, costoso, corrupto, vicioso, donde todas las regiones y con enorme vocación a la prosperidad y el desarrollo, tan importantes como la Costa, Antioquia, Valle, Llanos y la propia Capital, por mencionar algunas, sigan teniendo que pedir permiso a la voluntad y caprichos de un solo hombre que gobierna como déspota, pues concentra todos los poderes a su antojo, somete a al congreso y la justicia, las fuerzas armadas los organismo de seguridad, los órganos de control, maneja la inversión y amedrenta a los empresarios y medios de comunicación.
Y, de otro lado, es necesario romper el ciclo perverso de impunidad que según un exministro de justicia y el Fiscal General de la Nación es del 99%xi, lo cual solo se logra con darle independencia, autonomía y fortaleza a la rama judicial. El resto, son paños de agua tibia o cortinas de humo que van a prolongar esta agonía.
Se trata quizás, de lo que planteaba Álvaro Gómez cuando hablaba de tumbar el régimen y que le costó la vida. Hay que cambiar el sistema político centralista y presidencialista o, al menos, matizarlo introduciendo equilibrio de poderes. Igual hay que eliminara el régimen de impunidad y ausencia de justicia, que hace de Colombia, igual que en el resto de Latinoamérica, países donde se eligen auténticos dictadores electorales, como lo describo ampliamente en mi último libro: Dictaduras electorales, el presidencialismo en Latinoamérica y el Caribe.
Qué quieren hacer los colombianos con sus vidas y este pedazo de tierra para el Siglo veintiuno. Podremos escoger dirigentes y líderes capaces de transmitir confianza sobre las oportunidades y posibilidades de construir una nueva realidad de un mundo cambiante, que aprovechen las inmensas posibilidades y recursos de que disponen este país y su gente.
Se requieren liderazgos que tomen la decisión de trascender el momento y abandonen el embrujo de nuestra pesada y cortoplacista historia bicentenaria.
Nota Final: Para no quedar simplemente en la descripción del problema a modo de quejadera y repetición de diagnósticos, a la que somos a veces tan dados, en un próximo ensayo, me voy a atrever a proponer algunas ideas y reflexiones, que seguramente no son mías, pero que podrían ayudar a poner sobre la mesa iniciativas para ayudar a diseñar un país al 2030.

NOTAS
ii GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. “La proclama por un país al alcance de los niños”. En “Documento de los Sabios- Colombia: al filo de la oportunidad” Editora e impresora Ranco Ltda. Págs. 14, 16
iii1. de Wasington y Hamilton “No intervención”; 2 Doctrina Monroe, 1823; 3. Destino Manifiesto, 1845; 4. Puertas abiertas, 1898; 5. Entre las Guerras Mundiales “No intervención”; 6. Guerra Fría “Contención”; 7. Clinton “Ampliación”; 8. 11 de Septiembre. “El eje del mal”; 9. 2006 “Giro imperial”; 10. Obama 2010 “Huella ligera.